«Todos somos sobrevivientes»

Tertulia con José Emilio Pacheco

(Publicado en Tertulias el 2 de febrero, 2010)

José Emilio Pacheco

José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 30 de junio de 1939) es uno de esos escritores raros en quienes converge el cariño, la admiración y el respeto a través de generaciones y generaciones de lectores, atrapados por un estilo creativo parecido a él: conversacional y coloquial, claro y antirretórico, ameno.

Como poeta, ensayista, cuentista, novelista, traductor, editor y periodista, su obra ha merecido los principales premios en lengua castellana, desde los mexicanos Xavier Villaurrutia (1973), Nacional de Periodismo por Divulgación Cultural (1980), Nacional de Lingüística y Literatura (1992), Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2003), Internacional Alfonso Reyes (2004), hasta los internacionales Iberoamericano de Letras José Donoso (2001), Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2004) y, en el 2009, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Cervantes, año en que también se le impuso la Medalla 1808 otorgada por el Gobierno del Distrito Federal.

En su vasta obra sobresalen los poemarios Los elementos de la noche (1963), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970), Islas a la deriva (1976), Ciudad de la memoria (1990) y Siglo pasado (2000); mientras en narrativa lo hacen El principio del placer (1972), Tarde de agosto (1992) y la clásica Las batallas en el desierto (1981), obra querida por miles de lectores y que fue adaptada al cine en “Mariana, Mariana”, dirigida por Alberto Isaac con adaptación de Vicente Leñero. Cabe destacar que el impacto en la juventud de esta novela corta se refleja en el homenaje que hiciera en 1992 el grupo Café Tacuba, incluyendo la canción “Las Batallas”, basada precisamente en Las batallas en el desierto.

Tuve la experiencia de vivir cómo en los círculos de escritores jóvenes mexicanos, incluso en aquellos que reniegan y dicen rechazar a Pacheco, se confiesa que además de haber leído Las batallas en el desierto, la mayoría conoce y hasta recita, ya en tierras de la confianza, sus poemas, como el de “Alta traición”, poema corto e intenso que dice:

No amo mi Patria. Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida
por diez lugares suyos, cierta gente,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
(y tres o cuatro ríos).

José Emilio Pacheco

A mediados de septiembre de 2009, Pacheco presentó dos nuevos títulos, Como la lluvia y La edad de las tinieblas. Para celebrar estos lanzamientos, durante la Feria del Libro Universitario (FILU) de Xalapa, México, se realizó un conversatorio abierto con el autor en la Casa del Lago de la Universidad Veracruzana, acompañados de Marcelo Uribe de Ediciones Era, Agustín del Moral, director de la Editorial de la Universidad Veracruzana, y José Luis Rivas, poeta, traductor y posteriormente Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, quien llevó a cabo una presentación introductoria de José Emilio Pacheco, comparándolo al poeta Páladas de Alejandría y llamándolo “el gran poeta de estos días nuestros”. Menos de ocho semanas después se confirmaría que este Páladas actual recibiría el Premio Cervantes, el más prestigioso en las letras hispánicas.

Pacheco habla rápido y en ocasiones se bifurca a otros temas, pero conversar con él es cautivador, y más cuando se hace de forma abierta y masiva como este encuentro. También es conmovedor observar como el auditorio, que originalmente está vacío, se llena en cuestión de minutos de jóvenes, adultos y hasta señores mayores que inundan el espacio con libros, fotografías, afiches y parafernalia del autor, inclusive, para asombro personal, asistidos de una carretilla con cantidad generosa de ejemplares “para que los firme”, me dice la muchacha.

El auditorio está a reventar. El público aguarda la llegada de Pacheco. Mientras platico con dos escritores amigos pasa a mi lado Pacheco y comenta: “empecemos pues”.

El autor inicia compartiendo unas anécdotas, y luego recibe los comentarios e interrogantes de su público. La actividad que estaba supuesta a durar cincuenta minutos se duplica: no cesan las preguntas y el autor quiere contestar todas. Como todo gran escritor, José Emilio Pacheco le pertenece a sus lectores.

Ulises Juárez Polanco

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Bueno, como de costumbre no sé por dónde empezar, y además, ahora sí tengo una sensación muy pesada de como todos han sido tan generosos conmigo y he ido de un lado a otro, que ya apenas abro la boca, repito lo mismo siempre, y pensé que la única alternativa que me quedaba era inventarme pasados alternos y biografías alternas. Porque de otra manera es terriblemente aburrido… “¿cuándo comenzó a escribir?”, “ah bueno, en Veracruz mis abuelos me enseñaron…”, y “cómo comenzó a escribir”, “me gustaban tanto los libros en versiones infantiles, que me daba mucha tristeza que se me acabaran y yo trataba de prolongarlos”.

No sé cómo darles en homenaje a ustedes y de mi inmenso cariño y gratitud de tantos años con Xalapa y con la Universidad Veracruzana, decir algo que fuera nada más para esta noche. Yo no me he puesto de acuerdo con José Luis Rivas ni con Marcelo, pero que me ha dado un pie muy interesante: Páladas. Lo que lamento es no tener aquí mis propias versiones de Páladas, que no ha salido todavía, saldrá el año próximo el libro que se llama Aproximaciones, que yo no dejé estúpidamente que Marcelo publicara este año aparte, que se llama Lectura de la antología griega, entonces sólo están en ese libro de Miro la tierra, de después del terremoto, debe ser de 1986, porque ya ahí esos poemas están publicados en Proceso.

Un paréntesis.

Yo creo que otra de las causas de nuestros problemas ahora es la expulsión absoluta de la poesía de los periódicos. Yo todavía sostuve eso como una causa. ¿Cómo publicas unos epigramas griegos? A la gente lo único que le interesa leer en Proceso es sobre Durazo y Salinas… ¡precisamente por eso! porque se lo va a encontrar alguien que no iba a leerlo en una revista literaria y cómo sabemos qué va a hacer con ellos. Entonces desde ahí, desgraciadamente yo que tenía una memoria excelente la he perdido como tantas otras cosas, porque es muy extraño ese libro y la resonancia de esos poemas publicados en 1984 con respecto al terremoto del 85. Uno que dice más o menos “hay en las bocas rumores mentirosos…” y termina con un verso, dice Páladas, “sin embargo, lo peor jamás se anuncia” y también, bueno, estamos conmemorando el año 1 de la catástrofe financiera que comenzó el 3 de septiembre del año pasado, eso jamás se había anunciado, como no se había anunciado algo que espero no padezcan en Xalapa, que es el problema del agua en la Ciudad de México y del cambio climático.

José Emilio Pacheco

¿Entonces qué sucede con Páladas? Como decía José Luis, Páladas es un griego de Alejandría. Eso quiere decir que tiene una cosa en común con nosotros que es ser parte de una cultura pero extraterritorial. Yo no sé cómo habrá sido Alejandría pero supongo que se sentían griegos pero también egipcios. Es lo que decían los españoles cuando los criollos novohispanos que decían “nosotros nacimos en México, nacimos en la Nueva España pero somos españoles”, entonces les decían “ustedes no son españoles, son indios. Nacieron en tierra de indios, viven en tierra de indios, comen comida de indios, beben agua de indios, entonces no pueden ser españoles”. Entonces Páladas es en efecto, como decía José Luis, un profesor de literatura, imagínense que Páladas viviera en septiembre de 2009 y le dicen “Señor Páladas, adiós, se va a recortar el programa y vamos a quitar las clases de lenguas clásicas y ya no vamos a poder seguir publicando estos libros de poemas”. Entonces hace un poema reclamándole al gobernante y dice “me he dedicado toda la vida a enseñar tus hazañas ahora estoy en la miseria, ayúdame”… y otro que no está en libro y dice “empezó la poesía con una maldición en siete versos”, los versos primeros de la Ilíada que hay muertos, cadáveres, buitres, y dice, “¿qué se puede esperar de la poesía si comenzó con esto?

Páladas ve desaparecer un mundo, y espero que ustedes no, que son jóvenes, como yo lo veo desaparecer también, pero tiene una actitud más que resignada, irónica y combativa, y dice esto, que es absolutamente cierto: hay una estatua de Eros en Alejandría, llegan los cristianos, destruyen todo lo que era pagano pero funden la estatua, y dice más o menos, perdón por mi falta de memoria, “una sartén para freír pescado hicieron los cristianos con la estatua de Eros”, y la idea es que a pesar de todo hicieron justicia, pues Eros siempre nos freía (risas del público) entonces está bien que hayan hecho la estatua.

Entonces esta antología griega que ha sido la obra de toda mi vida porque comenzó como estudiante preparatoriano, va un poquito más adelante que Páladas y termina con los poetas bizantinos del siglo seis, que también es una fuerza muy fuerte para nosotros porque es una poesía que va a desaparecer y creo que pasarán otra vez diecinueve siglos en que resurja otra vez la poesía griega.

Hay un poeta que a mí me gusta mucho y que he hecho todo lo posible por hacer aproximaciones dignas al español de sus poemas, que se llama Pablo Silenciaro, quien tiene el nombre más hermoso más hermoso de poeta alguno en cualquier cultura y en cualquier lengua pero mejor averiguar, porque ¿qué hay detrás de este nombre? ¿Qué quería decir Pablo Silenciario en Bizancio? ¿Qué creen ustedes? Era un conserje encargado de imponer silencio en la noche para que pudiera dormir el emperador y los cortesanos. Pero es un poeta absolutamente maravilloso, espero que el próximo año se pueda leer eso que tengo.

Siento que está terminando un mundo y lo vemos aceleradamente en estos días en México, sobre todo con el horrible problema del narcotráfico y de la violencia que ha engendrado y yo lo que no sé es qué lo va a sustituir y qué podemos hacer para que lo sustituya no sea peor que lo que estamos dejando atrás. Me decían, ¿qué puede hacer un poeta? Bueno, pues sólo escribir poemas, sabiendo que con un poema no va a detener ni silenciar a los cuernos de chivo.

Pero también decía otra cosa que he repetido constantemente, que creo que el gran auge de la poesía en México, sobre todo entre los jóvenes y dentro de los jóvenes, sobre todo con las mujeres y en las muchachas – ¿cómo es posible que un país en esta crisis tenga tal movimiento de revistas, libros y todo?- que creo que es precisamente una forma de resistencia, que una cosa está ligada a otra y que responde a eso.

Me tocó ver en los últimos quince años lo que sucedió en Medellín. Medellín en 1994, cuando yo fui por primera vez, era la ciudad más violenta del mundo, título que ahora yo creo que ahora nadie puede disputarle a Ciudad Juárez. Y yo decía, ¿en esta ciudad qué tiene que ver la poesía, por qué se hace este Festival…? Lo que hay que hacer es un programa urgente de educación o de represión. E hicieron el Festival de Poesía de Medellín que es algo realmente extraordinario porque se leen los poemas en estadios y los poetas son tratados como si fueran estrellas de rock, la gente hace que repitan los poemas. Yo tuve la experiencia muy ilustrativa para mí en el mismo año, que me llevaran a la escuela de los sicarios, de los adolescentes que se están convirtiendo en sicarios; ustedes deben decir eso ha de haber sido aterrador, se deben de haber reído de ti… y bueno, no voy a decir que todos están muy dispuestos a escuchar poemas ni nada pero es impresionante la cantidad de jóvenes que tenían la sensibilidad para la poesía y la inteligencia. Yo creo cuando alguien me dice – a mí me pasa todos los días- “yo lo conozco muy bien de nombre pero nunca lo he leído porque a mí no me gusta ni entiendo a la poesía”, y le digo “no se preocupe, no se sienta mal por eso, es una disposición, como la gente que verdaderamente tiene la sensibilidad y la inteligencia para apreciar la música”. Entonces la experiencia con los sicarios fue conmovedora, me enseñó muchas cosas. La tristeza es decir, “bueno yo me fui de ahí, han pasado quince años, esos jóvenes deberían tener treinta años, ¿cuánto vivirán todavía? Yo creo que la mayoría murió. El caso es que Medellín cambió mucho, no fue sólo el Festival de Poesía, pero toda la labor cultural de las bibliotecas y demás, eso mejoró notablemente la vida en Medellín.

No quiero decir con esto que con poemas vamos a combatir todo el horror que nos está envolviendo en México pero que ayuda en alguna manera. En los sesentas, Gabriel Zaid se burlaba de los que hacíamos poemas contra la Guerra de Vietnam, y decía “se va a acabar la guerra en Vietnam y ellos van a creer que fue por sus poemas”, y ya ven que sí se acabó la guerra (risas del público).

Bueno, yo no quisiera monologar, ni leer material porque soy malísimo lector. Hago lo que quieran ustedes pero sí para mí es una oportunidad única de conversar y dialogar con ustedes y con José Luis y con Marcelo y con Agustín. Dígame con ustedes qué quieren dialogar, yo ya estoy a su entera disposición y pregúntenme lo que quieran, cualquier duda, observación, crítica, controversia…

JOVEN: Buenas noches. Hace rato estaba leyendo un periódico local y decía Ángel José Fernández, de la Universidad Veracruzana, que usted está renovando las formas de la poesía. Yo quería saber si usted lo piensa de esta manera y lo toma de esa manera…

Agradezco y me gustaría tener ese periódico, ¿me lo das? Es muy generoso, yo no podría decir que estoy renovando, sería muy arrogante de mi parte. Yo daba también, ya no recuerdo como fue la semana pasada, si fue en la Universidad de Nuevo León o en Centro Cultural de España en México, algo que no es nuevo, pero que en mí es sincero, Marcelo lo sabe… ¡ah bueno, no lo dije! Marcelo fue muy modesto, porque no dice lo que fue en los diez años por lo menos que estuve en la Universidad de Maryland, Marcelo me hizo posible la vida, me conseguía los departamentos, me alquilaba los muebles, me mandaba los libros; yo no hubiera podido subsistir sin Marcelo, y cuando se creyó liberado de mí resulta que queda de Director Literario de la editorial Era, donde ha seguido, en otro sentido pero ha seguido la misma pesadilla: todos los días, “Marcelo esto”, “Marcelo lo otro”, “ya tengo este problema”, y yo le agradezco infinitamente su labor como editor, como amigo y también señalar, como me hablaban de los problemas, que yo existo porque la editorial Era me ha sostenido. En cualquier otra editorial al ver lo que se venden de mis libros…– me dicen, “usted es un poeta de mucho éxito”, “enorme, vendo como catorce ejemplares al año” (risas del público)… ¡sí, de veras! En cualquier otra editorial lo hubieran picado y lo hubieran convertido en papel y yo no hubiera seguido escribiendo.

José Emilio Pacheco

Me decía Jorge Fons, el gran cineasta mexicano, que está pasando una cosa muy grave con el cine mexicano, el cine mexicano, que ahora va a sufrir golpes terrible con este proyecto económico (recortes al presupuesto) pero creo que no va a pasar (en el Congreso), se está convirtiendo en un cine de óperas primas. ¡Los jóvenes y las muchachas hacen una primera película y no siguen! Ya no hay condiciones para que puedan tener una carrera cinematográfica y eso me parece terrible, me parece una mutilación no sólo para sus talentos sino para la cultura en México y para nuestras vidas. Claro, la única ventaja de la poesía en medio del caos y del horror es que es la única de las artes que está fuera del mercado: nadie piensa hacerse rico escribiendo y publicando poemas.

Pero ya me dispersé. Yo necesito para no dispersarse, escribir, sino soy el caos. El ejemplo que daba, que yo no puedo contestar tu amable pregunta ni la de Ángel José, es que yo prefiero no pensar en mí como escritor. Yo escribo lo que puedo y tú haces lo que quieras con ellos, porque si dices “ah, es que yo aquí estoy innovando o estoy continuando”, te pasa – y no sé de dónde tomé esto pero es muy ilustrativo y me parece muy acertado- el cuento del ciempiés, ¿lo conocen ustedes el cuento del ciempiés? ¿No? Bueno, que va el ciempiés muy contento y muy ágil subiendo la pared, algo que ha hecho toda la vida y lo hace diario, y llega el entomólogo y le dice “perdone Señor Ciempiés, ¿me permite una preguntita?”, “Encantado, dígame usted”, “¿cuál patita mueve usted primero?”, “Ay carajo, nunca me había puesto en pensar cuál en patita muevo primero” (público estalla en risas) y entonces ya no se atreve ningún paso, y se muere de hambre hasta que cae muerto de la pared. El ciempiés mejor que no piense cuál patita mueve primero (público ríe nuevamente). No sé si te contesté ya con esto… muchas gracias (público ríe y aplaude).

Otra…

¡Perdón! Qué cosas he hecho frente a ustedes… ¡ponerme la vitasilina! Otra pregunta qué me tortura: ¿vieron lo que he me puesto? Una guayabera. Esa guayabera yo la veía, no sé en Xalapa, pero en Veracruz yo no diría que era la prenda más usual, se veía un poco extraña, como se veía muy extraño tener una hamaca, ¿no? con ese calor tremendo de Veracruz, la gente durmiendo en camas porque yo creo que la hamaca les resultaba algo “campesino”. Bueno, voy a Colombia y me compro, porque soy muy alérgico al calor, fue en 69 ó 70, y me compré mi guayabera y regresé muy contento. “¡Pero quítate eso, por favor, inmediatamente que no te das cuenta!”, “¿Pero qué pasa?”, “¡Es el uniforme de los echeverristas!” (Público estalla nuevamente en risas). Tuve que guardar mis guayaberas colombianas (Marcelo le señala algo en voz alta), ¡un par de sexenios! Con Marcelo estuvimos en Cuba hace ¿diez años?, en 1996, y en Cuba hace mucho calor, y yo llevo mis guayaberas. “¡Quítate eso inmediatamente, no puede ser!”, “¿Pero por qué, qué pasa?”, “es el uniforme de la burocracia, un joven ve esto y se muere”. Eso es o eso era la guayabera en Cuba, espero que aquí no signifique nada… (Público estalla en risas, Pacheco también).

JOVEN: ¡…Germán Dehesa las usa!

Sí, Germán Dehesa las usa. Creo que está muy enfermo, vi que no había publicado en mucho tiempo su columna. ¿No saben nada de Germán Dehesa? Bueno, ahí es otro tema que prefiero no tratar porque de aquí me van a conducir al asilo (risas). Yo no tengo discípulos, de ninguna manera, pero sí tengo alumnos. Ya la cantidad de escritores que pasaron por mis clases… ¡Ah! por cierto que esa nota se ha propagado en internet: yo nunca fui profesor de la UNAM, fui alumno por muchos años de la UNAM, pero profesor jamás. Nunca me invitaron. La UNAM nunca me invitó a dar clases. Yo, que provengo del subdesarrollo, sólo he dado clases en universidades ultra desarrolladas. Bueno, se puede decir que sí, en dependencias de la UNAM sí: en la Casa del Lago, en el Centro Universitario de Teatro, pero la UNAM, UNAM jamás me invitó.

Bueno, otra cosa…

MUCHACHA: ¿En qué piensa antes de dormir, justo antes de dormir?

¡Ay no! Antes dormía, esa era una cosa maravillosa: el dormir bien. Ese momento de llegar y acostarse era una delicia. Ahora es terrorífico, empiezo a pensar en todo lo horrible que pasó en el día y además, esto que no ocurre en Xalapa, lo del frío, el fresco y de repente la ola espantosa de calor que tienes que levantarte y las noches se vuelven eternas. Parece que también es un fenómeno de la vejez, pero complicado por todo lo que está pasando ahora. Pero también lo del clima para quien detesta la Ciudad de México debe sentirse muy regocijado por la venganza, pues México era la ciudad ideal en el sentido de que es una ciudad del trópico, o sea que debía tener un clima como el de Tabasco de 30 °C, pero con la altitud se contrarrestaba y realmente era bastante benigno y bastante agradable el clima.

Muy buena pregunta, fíjate, porque me acuesto con las imágenes de lo que vi en la televisión y son aterradoras, y me levanto cuando hay el estruendo espantoso de un motociclista que abre la ventana y echa el periódico y ya no me dan ganas de levantarme. Aparte que hago lo de, y eso lo cité ya también, George Scott, se llamaba el actor, un señor de noventa y tantos que tenía un puro muy grande, un actor cómico, que murió hace poco y que decía: “yo cuando me levanto en la mañana lo primero que hago es tomar el periódico y ver la sección de obituarios, si no aparece mi nombre en ellos ya, ya entonces sí me levanto” (el público ríe). Ríanse pero es de lo que hablaba aquí con sus compañeros que me estaban entrevistando, de lo aterrador que es cuando uno ve que todos sus amigos y contemporáneos se van muriendo, como ocurrió con todas las generaciones pasadas. Mucha gente, como es natural, tiene la cosa defensiva de ser humano y decir “qué bueno que fue él y no yo, menos mal, me salvé”. No, yo siempre digo “yo soy el próximo”.

Pero este año ha sido muy fuerte: se murió Marco Antonio Montes de Oca, se murió Ulalume González de León, se murió Alejandro Rossi, entre otros… ¡Ah! Precisamente en Xalapa dentro de mi gran agradecimiento por Xalapa y por la Universidad Veracruzana, tuve el primer fallo absolutamente grandioso de mi memoria, que era muy buena hasta entonces, y me ocurrió con mi querido y admirado amigo Manuel Sol que está aquí, que no sé si lo vi aquí o en el colegio y le digo “¿Manuel qué estás haciendo?” y dice “acabo de publicar una edición facsimilar del Caracol Marino”, y yo con la mayor seguridad y la mayor certeza, “Ay Manuel, no te imaginas cómo me gustaría verla porque yo publiqué ahí mis primeros poemas”. Manuel, que es muy discreto, me miró y no me dijo nada, me mandó la edición del Caracol Marino y por supuesto no había una línea mía ahí. La confundo con alguna otra pequeña revista de Xalapa pero yo estaba que ya en mi biografía que había publicado mis primeros poemas en el Caracol Marino. Ahora estas cosas me pasan cada vez con más frecuencia.

Bueno, ¿más preguntas? Lo que ustedes quieran.

José Emilio Pacheco

SEÑOR: Buenas noches, me gustaría algún comentario de usted por la autoridad que usted tiene en la poesía (Pacheco interrumpe quejándose: ¡ninguna!) del libro que presentó José Luis Rivas ayer de Brodsky, en una traducción de él mismo.

Me encantaría dártela pero primero me encantaría leerte (viendo a José Luis Rivas). Yo traje una maleta y es para comprar los libros y lo primero que quiero conseguir son las traducciones de Brodsky, que a mí me encanta mucho pero no leo ruso… (José Luis Rivas le entrega ejemplares del libro de Brodsky)… ¡ah, maravilloso! (el foro ríe). Mil gracias.

Yo no había ido todavía como profesor a Maryland, antes de que llegara Marcelo, el jefe del departamento que creó un oasis literario, que ya terminó por desgracia, hizo una serie de lecturas que se llamaban la “Comunidad y la Poesía”, de manera que todas las comunidades que están en el estado de Maryland tuvieran un representante poético, entonces llamaron los rusos a Brodsky que era un joven poeta que no había ganado el Premio Nobel y yo, por la parte hispánica, que fue una experiencia muy curiosa porque quien me tradujo y con quien leí fue con este extraño y fugaz traductor de Borges que se llamaba, o se llama, Norman Thomas Di Giovanni. Pero lo interesante fue leer con Brodksy, porque imagínense, yo leo como estoy hablando como ustedes, yo no declamo ni recito, y ver a Brodsky y ver lo que es la poesía, o lo que era, espero que todavía lo siga siendo, que era una cosa religiosa, totalmente, como canto gregoriano, o sea, van cantando realmente, con los ojos cerrados y esto transfigura al público. Y entonces Brodsky me decía que por eso es tan importante la rima en la poesía rusa, porque es una manera que la gente vaya siguiendo y que siga lo narrativo.

Bueno, hablábamos de la Ilíada y de sus versos, que no están rimados. La rima aparece en la poesía como en el año 1200, comparado con la antigüedad y la poesía, la rima es algo moderno, y yo creo que duró como 700 años, y que entonces en el siglo veinte al disociarse poesía y rima, la gente se alejó de la rima, y sin embargo, ¡de qué manera y con qué fuerza reaparece la rima en el rap! Entonces uno nunca puede decir “esto es así y ya es para siempre”.

Bueno, no quiero extenderme en soliloquios y monólogos.

MUCHACHA: Buenas noches, mi nombre es Lorena y realmente yo tengo muchas preguntas para usted y una lleva a otra. En primer lugar me gustaría saber, ya que es un personaje reconocido en la literatura mexicana porque las personas aquí le conocen, conocen su trayectoria, y hace rato nos comentó que para usted escribir es algo que debe hacer cotidianamente porque es algo que le gusta. Ya estando en la cima, a como lo vemos ahorita, ¿usted piensa que seguir escribiendo lo hace por gusto propio o más que nada por enseñarle a la juventud y a las nuevas generaciones que somos la mayoría que estamos aquí escuchándolo, cómo es su poesía y qué nos tiene que dejar a nosotros?

Lo hago por gusto, yo no tengo pretensiones de magisterio y de creer que lo que yo hago, que responde a una época y a una cosa muy limitada, no puede ser válida para ti ni para toda tu generación, habrá que encontrar otras respuestas. Pero sí insisto en eso, dentro de cierta coherencia, insisto en el ciempiés, que es mejor que tú dejes a los demás y te juzguen y te clasifiquen, y no digas – que me parece como suicida- “ahora voy a escribir un poema o una serie de poemas sobre la situación actual mexicana para que digan que soy el cronista en verso de la sangre y de la violencia”. Te juro que si lo intento no me sale. Hay que dejar que las cosas se hagan porque realmente uno tiene necesidad de escribir y no tener una cosa tan programática. Porque entonces hay dos posibilidades, o haces carrera literaria o escribes. Las dos cosas son incompatibles.

JOVEN: Igual que mi compañera, tengo muchas dudas y preguntas hacia usted, y como ella ya dijo usted estando ya en la cima, o sea, ya ha recibido varios premios como el Reina Sofía, el Premio Magda Donato… (Pacheco interrumpe: son dos cosas separadas por cuarenta años, y el Premio Reina Sofía no lo he recibido todavía)… pero yo quisiera saber qué es lo que usted sintió con todas estas premiaciones durante el transcurso de su carrera.

Siempre, siempre es una gran sorpresa y un gran agradecimiento. Hay tantos poetas que cómo me fue a tocar a mí, digo, no sólo hay muchos poetas que lo merecen, que es la parte triste, decir “¿por qué a mí y cuánta gente se queda sin el premio?”, sino también la inmensa dificultad de que los libros mexicanos lleguen. Yo cuando veo a los jurados, me digo, “¿cómo es que estos jurados pueden haberme leído? ¿Cómo consiguen estos libros?”.

Lo único que te puedo jurar y garantizar, y aquí Marcelo y José Luis que ha sido jurado de esos premios, que lo que yo nunca he hecho y que me parece totalmente válido, es pedir que me propongan, que me apoyen. O decir, “han sido muy amables conmigo, por favor fírmenme esta carta en que piden para mí el Premio Huamantla” (risas del público). ¡Jamás lo haría! O negociar, “ah es jurado, le voy a mandar mis libros y les voy a mandar café de Coatepec” (risas del público) ¡Jamás voy a hacer eso! (risas).

Tampoco crean que es un acto “que yo soy bueno y los demás son malos y que soy heroico”, piensen que son distintas costumbres literarias, porque cuando yo comencé a escribir éramos quince o veinte los aspirantes, ¡ahora son doscientos mil! Pues tienes que hacer para destacar entre ese inmenso número. Aunque yo creo que la mejor manera de destacar es hacer bien tu trabajo y como dice el Evangelio, “todo se te dará por añadidura”. Porque si no te pasas la vida cabildeando y consiguiendo apoyo, o intrigando, yo creo que tampoco le he dicho a Marcelo o a José Luis, “voten contra éste, no vayas a publicarlo”. Jamás.

Bueno, otra más…

José Emilio Pacheco

JOVEN: Buenas noches, mi nombre es Amado Peña, realmente tengo dos preocupaciones muy grandes en la vida, como lector, una es hacia dónde cree que se dirige la poesía, especialmente la poesía joven, y más o menos cuál es el panorama de poesía mexicana; creo que es muy amplia la pregunta pero más o menos…

…¡no, no, no! Es muy apta pero yo declaro absolutamente en bancarrota, imposibilitado de preguntarlo, de contestarte, porque tendría que conocer toda la poesía mexicana, de los jóvenes, y saber hacia dónde se dirige, ¡pues es imposible! Pero no lo lograría ni siquiera si en este momento le pidiera al señor rector Raúl Arias Lovillo que me diera una beca para leer poesía joven mexicana (risas), ¡no, de veras! Ni siquiera digamos poesía joven mexicana, digamos poesía joven mexicana de mujeres, no alcanzaría, no me alcanzaría de tiempo como para leer tanto, ¿no? Pero lo que sí te puedo contestar, “¿a dónde se dirige?” A donde lo dirijan ustedes, porque está hecho de muchas decisiones individuales. Lo que me parecía terrible es hacer un comité que dijera, “nosotros elegimos, los cuatro (refiriéndose a los que acompañan a Pacheco en la mesa principal) vamos a dictaminar que la poesía mexicana, como ya estamos hartos de nota roja, no debe ocuparse de la siniestra realidad mexicana sino hablar de temas metafísicos, o de lo contrario”, no puedes ponerles normas, cada persona es diferente, esa es la maravilla de la poesía. La poesía siempre está convirtiendo lugares comunes, lo que llaman los griegos los topoi, no se puede escribir poemas sin que hables de la muerte, de la vejez, de la ausencia, pero como cada uno es diferente, tú escribes un poema y vas a decir algo que nunca se ha dicho. Eso sí me parece maravilloso de la poesía. Pero ya no digamos hacia dónde va la poesía mexicana. También me costaría mucho decirte hacia dónde ha ido, qué ha sido la poesía mexicana en 1960-2009, es absolutamente imposible porque la cantidad de lo que uno desconoce es brutal.

Pero en fin, yo espero de todo corazón que salga muy bien y lo que le decía a tus compañeros aquí, tienen que hacerlo y creo que lo van a hacer mucho mejor que nosotros. Tienen un conocimiento y unas posibilidades que no existían cuando nosotros teníamos su edad.

MISMO JOVEN: Yéndonos un poco para atrás, en las lecturas que sí ha tenido, a dónde situaría usted a Alfonso Reyes, muy aparte de toda esta crítica que ya se ha dicho, y si habría necesidad de revalorizarlo ahorita que ha sido muy olvidado, siento yo…

Yo creo que sí. Alfonso Reyes es un gran escritor que les recomiendo fervorosamente leerlo, porque los va a estimular y yo diría que es el gran maestro de la naturalidad. Enseña a escribir como se habla en español, y sin duda Jorge Luis Borges y Octavio Paz y Julio Cortázar y García Márquez son grandes escritores, pero si te digo que los leas empiezas a imitarlos. Uno lee a Borges y empieza a escribir del “atroz milagro…” y Reyes no.

El problema es que tiene una obra muy vasta en prosa y aparte una obra inmensa en poesía, y por lo visto nuestra generosidad no alcanza para tanto, y decimos: “si yo acepto a Reyes como poeta, no me voy a poner a ver qué lugar ocupa entre los prosistas; o como prosista, qué lugar va a ocupar entre los poetas”.

Reyes nació en 1889, como Gabriela Mistral. Son dos poetas muy importantes y muy innovadores pero que quedan en un terreno muy difícil, un terreno indeciso, que están entre los grandes poetas modernistas, entre Rubén Darío, José Asunción Silva, Leopoldo Lugones, y los grandes poetas en España y en América de la Vanguardia, y no hay por dónde encontrar a estos dos poetas.

Por otra parte, Reyes es el maestro de un género que ni siquiera tenemos una palabra en español para designarlo, simplemente en la poesía española no cabe, que es lo que inglés llaman light poetry. José Luis y Marcelo hablan muy bien el inglés pero estoy seguro que tendríamos muchas dificultades para traducir light poetry: ¿poesía ligera? ¿Poesía leve? ¿Poesía informal? ¿Quién se va a echar un libro sobre la comida como Alfonso Reyes? ¿O un libro, después de su traducción de la Ilíada, un libro de sonetos con temas de la Ilíada pero muy desenfadadamente, muy de ese momento, muy de los cincuenta?

Y además es un poeta alegre, para nosotros si es alegre la poesía no es poesía, la poesía sólo se puede relacionar con la tristeza o el dolor, que es lo mismo de la idea del amor en Occidente, si no es trágico y desdichado no es amor: si no es trágica y desdichada no es poesía.

Es muy pertinente tu pregunta, yo creo que sí hay que hacer el intento por leer otro Reyes, pero ya ésta es la visión de ustedes; tiene que ser la visión del siglo veintiuno, una realidad nueva y una nueva generación. Va a haber cosas que nosotros no supimos ver, en Reyes y en todos los demás poetas mexicanos. Hay que leer la poesía mexicana. Yo creo, y en esto creo que estoy absolutamente en solitario, como dicen los españoles, que la poesía mexicana de ayer y de hoy, de 1910 y de septiembre de 2009, es muy buena, pero yo creí que lo decíamos de México, pero oí que lo mismo se dice de Chile: “éste es un país de poetas, pero no de lectores de poesía”. Ahora, ahí viene el gran misterio, a ver Marcelo, José Luis, ¿quién lee los libros de poesía? Alguien tiene que leerlos, sino esto que tenemos aquí no existiría. Pienso también lo que dice, me parece muy adecuado, el poeta español Francisco Brines: “la poesía…

Pacheco recibe un aviso que el tiempo para el conversatorio está por acabarse, y comenta: ¿Ya nos tardamos mucho? Ay me tienen que decir (Todos en la mesa y en el público exclaman que “No, no, no, no”) porque uno se da cuerda y sigue y sigue (risas de todos los presentes)…

…decía que “la poesía no tiene público pero tiene lectores”. Yo ya estoy en la repetición constante, pero esto es interesante. En alguna de las innumerables respuestas que he dado en esta semana cité el ejemplo que desgraciadamente se me cayó, rodó por los suelos, y era un ejemplo tan bonito como el del ciempiés. Ahorita a lo mejor descubren en la Universidad de Miskatonic, que el ciempiés sí sabe, que tiene una parte de la mente que decide cuál patita mueve primero y se me cae todo el ejemplo (risas). Yo decía que el lector y la lectora de poesía son como el animal del que habla Reyes – qué curioso que citamos de nuevo a Reyes-, un animal invisible que entierra los pájaros. ¿Se han dado cuenta de eso? ¿Cuántos cadáveres de animales, aunque son muy jóvenes, han visto en sus vidas? Muchísimos. ¿Pero cuántos cadáveres de pájaros? Muy pocos. ¿No? Dice Reyes que hay un animal que en la noche agarra su pico, cava con sus uñas y entierra a los pájaros. Así es el lector de poesía.

José Emilio Pacheco

Yo contaba, por lo menos a Marcelo, de la única experiencia que en tantos años he tenido de aparición de ese primer libro que mencionaba, Los elementos de la noche, que es casi contemporáneo del momento en que los libros fueron liberados de la librería. Antes yo llegaba a la Librería Porrúa y tenía que decir, “¿no tendrá un libro de Rafael Delgado que se llama Los parientes pobres, me lo da?”. Y llego, y yo era muy joven en ese momento, a la Librería Zaplana del Caballito, está mi libro en la mesa y veo que hay un joven y una muchacha que empiezan a hojearlo, y muerto de la timidez les digo “perdonen ustedes, soy el autor del libro y nunca había visto – ni lo volví a ver – y me parece muy conmovedor. Yo se lo regalo con mucho gusto”. Los jóvenes quedan aterrados, cierran el libro y se van (risas del público)

¿Por qué se me cayó la historia del animalito que entierra a los pájaros con el lector, lectora de poesía? Porque en Inglaterra hicieron hace unos dos años un estudio que averiguaron por qué no vemos cadáveres de pájaros. ¿Por qué creen? Porque los mismos pájaros se comen los cadáveres de otros pájaros. Algún encontrarán en la Universidad de Harvard un animal que consume ochocientos libros de poesía al año (risas).

Bueno, no quiero pasarme del tiempo…

MUCHACHA: Por favor, buenas noches, si le dieran a escoger tres novelas, ¿con cuáles tres se quedaría? Sólo tres.

Lo que dijo, no sé si fue a Picasso o a Stravinski, “¿qué salvaría usted de un incendio?”, y respondió: “salvaría el fuego” (risas).

No podría contestar, no podría inclinarme por tres novelas, hay muchas novelas que me gustan mucho pero también las tres novelas de septiembre de 2009 quizás no sean las de septiembre de 1999 y, bueno, aunque me parece una arrogancia muy grande ver hacia el porvenir, ni las de 2014.

Pero también depende de qué lengua, de qué tamaño…

MISMA MUCHACHA: …hechas en Hispanoamérica, por ejemplo, tres.

¿En Hispanoamérica? Pues puro, puro lugar común: Cien años de soledad, Conversación en la Catedral… no te voy a decir nada rotundo ni novedoso, ni “tienes que leer una novela de una narradora de Arequipa que la publicó en 1885 y que es extraordinaria”. Seguramente la hay pero yo no la conozco. Ahora, ya mejor terminamos aquí porque lo otro era decir, y yo te lo hago a ti, “¿qué novelas salvarías del fuego?”

MUCHACHA RESPONDE: ¿Qué novela salvaría yo? De lo que he leído, Pedro Páramo, me gusta mucho El obsceno pájaro de la noche de Donoso (Pacheco concuerda, “es muy bueno”) y Bernal Díaz (Pacheco comenta “a veces es imposible”).

Porque la otra pregunta es decir “bueno, esto es lo que salvarías, ahora, ¿qué novelas arrojarías al fuego?”

(Todo el auditorio estalla en risas).

MUCHACHA CONFIESA: …no tengo los conocimientos para decirlo.

Yo no arrojaría ninguna novela al fuego. Por eso te decía que son muy históricas nuestras respuestas.

En 1945, don Agustín Agustín Yáñez… ¿por qué unos son “don” Agustín y otros no? Por ejemplo, dicen “don Ramón del Valle Inclán”, pero nadie dice “don Rubén Darío”, ni “don Federico García Lorca”… bueno, don Agustín Yáñez tenía una revista que se llamaba Humanismo, e hizo una encuesta entre intelectuales diciendo cuáles eran los libros claves de esa primera mitad transcurrida, los diez libros fundamentales del siglo veinte… y me gustaría mandarles la página de Humanismo, y ¿quiénes? ¿De dónde habrán sacado estos libros? Ya nadie sabe quiénes eran esos autores ni cuáles eran esos libros. Eso no nos debe amedrentar, podemos decir estos son los libros que nos interesaban en septiembre de 2009, no tiene que ser para todos los siglos. Pero me inquieta tu pregunta, voy a tratar de responderla, ahora que me pregunten “¿en qué piensas cuando te vas a dormir?” voy a pensar en eso.

José Emilio Pacheco

MUCHACHO: Maestro, yo quiero preguntarle cuántas veces ha estado al borde de la muerte y la escritura lo ha salvado…

Pues todos los días (risas del público). Yo creo que todos estamos al borde de sí.

¿Me permitirían, sólo que es un poquito largo, me permitirían el único poema que voy a leer que nunca he leído en público, pero que responde a tu pregunta? Yo prefiero contestar por medio de un poema que por medio de un rollo teórico, yo no soy nada teórico. ¿Sí lo leo? (todos responden enfáticamente que lo haga y aplauden). Y ya con esto terminamos. Yo encantado podemos seguir conversando pero ya fuera de acto público.

Vamos a ver… ¡qué vergüenza, me han visto ponerme la vitasilina, venir cojeando, apoyarme en bastón, ahora me van a ver cambiarme de lentes, porque no puedo leer con estos! (Risas)

Esto habla de un animalito que yo llamo zancudo, pero zancudo en México y en otras partes es sinónimo de mosquito, pero no me refiero al mosquito sino a este insecto que es mucho más grande que un mosquito y que su nombre técnico, pero que no usamos, es típula, y vas ver cómo responde a tu pregunta.

(Pacheco tarda en encontrar el poema y pide disculpas) Yo no soy un gran lector de mis libros, así que no lo encuentro. ¿Dónde estará? Debe estar en una sección de aves (risas) porque tengo un amigo en los sesentas que publicó un libro que se llamaba Los pájaros, y eran el águila, el buitre, el cuervo y terminaba con el murciélago (público ríe) que es un mamífero y no un ave. A lo mejor yo puse como pájaro al insectito. Es ese famoso cuento de Veracruz en la época colonial, que era muy raro el Imperio Español, cerraba totalmente su imperio a los extranjeros, pero baja, de Jamaica más o menos, un inglés y de repente oye a un loro y se voltea y dice, “perdone señor, no lo saludé, creí que era pájaro” (risas).

Aquí está.

LAS ENSEÑANZAS DEL ZANCUDO

Como en otras zonas del español, en México el zancudo es el mosquito, pero es sobre todo el insecto, parecido a él aunque de mucho mayor tamaño, que en inglés llaman daddy long legs y dragonfly. Aquí nadie emplea su verdadero nombre: típula. Julián Hernández, Breves apuntes sobre el español hablado en México (1952).

Entra bajo el calor, mide mi cuarto.
Su torpe vuelo no produce ruido.
Da vueltas por la lámpara.
No se atreve a inmolarse.
Pegado a la pared se queda inmóvil.
Se limita a observarme y a temerme.
Se resigna a morir, triste, seguro
De que voy a aplastarlo.
Su pasiva fijeza es un misterio:
Está retando al mundo y a lo humano.

El anticolibrí, muestra irrisoria
Del total desamparo,
Sin duda es (como yo) lento, antiestético.
Pero no dice: “Apiádate”.
Odia la compasión. A su manera
Es valiente entre los valientes.
Otros dirán: “Imbécil.
Puede escapar: hay puertas y ventanas”.

No voy a destruir a un inocente.
¿Quiero ostentar misericordia altiva?
¿O estoy paralizado como él,
Incapaz de aceptar su desafío?

El zancudo me dicta sin quererlo
Su lección indeseable:
“Si aún sigues aquí
No es por tu mérito.
Se trata nada más de que hasta ahora
Alguien ha decidido perdonarte”.

Pensemos en eso. ¿De cuántas cosas nos hemos salvado porque alguien decidió no poner la bomba aquí sino en Ciudad Victoria? ¿Por qué decir “yo no tengo, yo no me arriesgo, yo no estoy en eso”? Pero si voy pasando, voy a comprar el periódico y viene la ráfaga de metralleta y ahí quedo.

Eso sería la respuesta: uno siempre está en peligro de muerte. En vez de temer, yo los incitaría a apreciar y admirar la vida, y todos somos sobrevivientes. Uno dice “no, a mí no me pasa”, que es lo peor que puede creer uno; “no, a mí no me pasa, eso le pasa a los demás”. ¡No! Nos puede pasar absolutamente a todos y si no nos ha pasado debemos celebrarlo. ¿Sí te pareció una respuesta a lo que preguntaste?

¿Qué más? Pero ya tampoco quiero abusar de la generosidad de los organizadores…

LE PREGUNTO: Buenas noches, al inicio mencionó que su biografía la sentía un poco repetitiva y que le gustaría hacerla ficción, ¿cuál sería esa profesión suya si pudiera novelizar su vida, cuál sería esa otra profesión de no haber sido escritor?

Sólo hubiera podido ser escritor. No sirvo para nada (público ríe). Si quieres te dibujo un plano para que veas mi talento como dibujante o te toco el piano, verás (todos ríen nuevamente) que tuve que dedicarme a la poesía. Ahora, debo decir, para que no crean que es una confesión de abyecta modestia, que dentro de la literatura sí puedo hacer muchas cosas, pero fuera, no.

Sobre lo que yo decía, mi biografía no se repite; mi biografía se queda allí. Repito los juicios que ya conté, como el del animal que se come a los pájaros, el del ciempiés… pero no queda otro remedio, no puedo ya inventarme un nuevo repertorio.

Yo ya terminé, me quedan dos cosas más y por lo menos un año o varios años de no hablar, de cerrar el hocico (risas) pero si tuviera que reaparecer yo creo que sería bueno inventarme una biografía alternativa, imaginaria, para no ser el mismo.

José Emilio Pacheco

MUCHACHA: Me da mucho gusto estar aquí frente a usted, soy docente de pre-bachillerato, de la materia de literatura, y va incluido de cajón que el alumno lea Las batallas en el desierto. Hace un año que lo iniciamos y mis alumnos encantados de quince, dieciséis años, pero esa pregunta que me hacían hoy voy a tener la oportunidad que usted mismo la conteste y yo mañana platicarles porque, dentro de un mes terminan de leer esta obra. ¿Qué pensaba al escribir Las batallas en el desierto por esa mezcla de la temática, nos habla de Carlos, de Mariana, pero también nos habla de las cuestiones políticas y demás? ¿Qué pensaba usted al momento de redactarlo? Nuevamente, me da mucho gusto tenerlo frente a mí.

No, a mí me da mucho gusto y además te agradezco a ti y a todos las maestras y los maestros que han hecho leer ese libro, que es muy raro, porque uno generalmente repudia a los libros que le obligan a leer y ha sido todo lo contrario. Esto también lo he dicho, pero vale la pena no dejarlo caer, creo que es un buen antídoto, en primer lugar contra la vanidad, no decir “esto yo lo hice”, no, yo no lo hice; piensa que cosa tuvo ese libro que ha sido capaz de identificarse con tantos jóvenes y con tantas muchachas. Ustedes comprenden que si de uno dependiera siempre escribiría libros muy buenos y no es el caso, la mayoría de lo que escribe uno es bastante malo.

No pensaba en nada. Pensaba en encontrar una historia pero con la seguridad que no iba a tener ningún éxito, decir, “esto le va a interesar a personas, hace más treinta años, que hayan vivido en la colonia Roma y a nadie más”. ¿Qué puede decirle a un joven de dieciocho años en Xalapa, a una muchacha de veinte? Y ya ves que han sido sus verdaderos lectores.

Ahora, esto también lo he contado pero es un acto de justicia. Para que vean como hay un azar, o sea hay una buena suerte, una mala suerte, la editorial Era antes de que llegara Marcelo a trabajar a ella, en 1980 iba a cumplir veinte años, entonces Vicente Rojo, uno de los letras de Era, me dijo, como no sólo me habían publicado mis primeros libros sino que había trabajado mucho en Era, haciendo trabajo editorial, solapas, todas esas cosas, me dijo, “queremos publicar un libro tuyo”, y yo “a bueno pues muchas gracias, Vicente, lo voy a hacer”. Y se me ocurrió.

Ah, pero antes de decir cómo se me ocurrió, ¿de dónde nace toda Las batallas en el desierto? Las batallas en el desierto tiene mucho que ver con Era y con Vicente Rojo; que hace Vicente Rojo un libro objeto con textos míos que se llama Recuerdos con imágines de su infancia, o sea, de su infancia de la Barcelona de la Guerra Civil española, que tiene la trágica característica de Barcelona que en 1938 fue la primera ciudad de ese tamaño que sufrió un bombardeo aéreo masivo; dicen que el avión era una cosa que tenía muy pocos años y no se había pensado que tuviera esa capacidad destructiva, se le veía como un instrumento de progreso. Entonces Armando Ponce, que sigue siendo el director de la sección cultural de Proceso, me pregunta cosas sobre la infancia, una infancia muy contrastada, porque mientras Vicente pasaba todos los horrores de la guerra en España, yo tenía una existencia muy plácida, con muchas escaseces y lo que ustedes quieran, pero como niño mexicano de la única época de relativa paz y prosperidad que tuvo México. Imagínense mi trauma también, la idea que yo tendría a los veinte años de lo que iba a ser México en 2009 y lo que encuentro. Entonces en un momento dado, no sé como derivamos al tema del amor en los niños, y yo le cito a Armando, le digo, “es que como dice Graham Greene, ‘los verdaderos amores trágicos son los amores de las ancianas, los ancianos y de los niños y de las niñas, porque no tienen ninguna esperanza’”. A partir de esa frase se me ocurre toda la historia.

Entonces lo publico, ustedes ya no deben haber alcanzado a ver el suplemento unomásuno… ¡ah no, le digo a Vicente! (Pacheco corrige) ¡Qué mal cuento las cosas! Yo necesito escribirlas para ordenarme. Le digo a Vicente, “ay Vicente, ya terminé esto pero no te lo puedo dar porque es muy corto para un libro y muy largo para un revista, voy esperar a tenerme dos o tres textos de este tamaño y entonces te lo doy”, lo cual hubiera sido terrible, porque la novela corta es un género muy diferente del cuento. Los cuentos se refuerzan mutuamente, las novelas cortas se debilitan, tienen que estar aisladas. Yo creo que la novela corta es a lo que se refería Edgar Allan Poe cuando dijo, aunque se alude que lo dijo al cuento, que requiere unidad de lectura y unas dos horas. Nadie puede tener unidad de lectura en Guerra y Paz, o en el Quijote, o en una novela.

Entonces se publica en Sábado, Neus Espresate la otra editora de Era, lo ve en Sábado y dice “lo publicamos en libro”. Fue un golpe genial de ella. Eso es un editor de verdad, saber reconocerlo. Yo se lo hubiera llevado a cualquier otra editorial y me hubieran dicho “no, esto es muy corto, espérese a tener más cuentos y los publicamos”. Ésa es la historia, verdadera y sencilla, de Las batallas en el desierto.

Si quieren con esto terminamos, porque hay otro tema de gratitud controvertida, que no sé qué pensar. Marcelo creo yo es mucho más radical que yo, que por ejemplo cuando voy a algún lugar, como ahora en Monterrey, la inmensa mayoría de los libros que me presentan para dedicar son libros piratas. Entonces por una parte, yo siento una cosa muy ambigua de decir “muchas gracias señores piratas por elegir mis libros”, pero por otra es terrible, porque descapitaliza la editorial, acaba con el trabajo de todos en la editorial, tipógrafos, obreros y una consecuencia verdaderamente atroz y directa de la piratería es que impide que la editorial publique autores jóvenes. Para que una editorial publique a autores jóvenes necesita de ese capital que se va haciendo a partir de su stock, de su repertorio…

José Emilio Pacheco

MUCHACHA: Perdón por tanta insistencia, pero ahora que mencionaba a Vicente Rojo, yo quisiera saber cuál es la relación de José Emilio Pacheco con los pintores de La Ruptura

Muy cercana en ese momento, porque era un México mucho más pequeño en que todos nos veíamos y nos conocíamos y había los cafés, la institución del café, porque al café tú llegabas a la hora en que querías y te ibas cuando querías, y si no ibas no pasaba nada. En cambio, si yo te invito a mi casa y te digo “tengo mucho interés en conversar contigo, ven a cenar a mi casa el martes” y no vas, pues yo me enojo. Esa flexibilidad que tenía el café era maravillosa y otra cosa moral muy importante para mí es que el café te enseñaba a que la gente no tiene porqué estar de acuerdo contigo, ni aprobarte incondicionalmente. Ahora como vivimos en totalmente aislamiento, si yo le digo a alguien que no me gustó lo que dijo o que su libro me parece inferior al otro, nos convertimos en enemigos mortales. Además es curioso, porque mientras más crítica se vuele la gente en el medio contemporáneo, menos resistencia, ¿no?

Había algo que se perdió de una manera muy trágica, que eran los suplementos. Los suplementos dirigidos por Fernando Benítez, yo trabajé muchos años con él, sí eran un punto de reunión de escritores, de pintores, de ensayistas, de críticos y ya se acabó. El primer golpe vino con el fax, y después del fax con el correo. Por ejemplo, yo ahora colaboro en una serie de revistas, hechas por jóvenes naturalmente, como siempre han hecho, ¡pero que yo no conozco! Los conozco por teléfono y por correo, pero yo nunca los he visto aunque llevo años trabajando con ellos. Nunca nos hemos reunido. Antes era muy agradable que ibas al periódico, dabas tu nombre y te daban un sobrecito con doscientos pesos; ahora el dinero está en donde yo no veo (risas), me lo depositan en mi cuenta, yo pago con la tarjeta y el dinero ya no lo veo. No sé qué efecto obrará sobre nuestra mente el dinero plástico, pero creo que debe ser muy profundo.

Otra más, oigan, yo estoy feliz pero sumamente cansado… dime tú (señala a un señor), perdona que te he tardado mucho en contestar, y a ti también (señala a otra persona).

SEÑOR: ¿De qué manera en particular piensa un poeta con respecto a otras tareas literarias? ¿Existe la inspiración? Esa es una pregunta. La otra es ¿qué proyectos tiene José Emilio Pacheco, literarios, en lo inmediato?

Bueno, ¿la primera era en relación a otros géneros literarios? Yo creo que se enriquecen mutuamente, que un poeta debe leer novelas, que un novelista debe leer poemas, y todas las artes, debe gustar la música; digo “debe” n el sentido ideal, no que yo lo pongo como obligación, debe gustar la música, la pintura, el cine, la escultura. Mientras más amplio, mejor. He visto una tendencia, que no sé quien la ha fomentado, que dice “¿Y tú has leído esto?”, “No, yo no leo porque no quiero influirme, yo quiero romper con todo”. ¡No! Si no lees es como decir “yo no como”, ¡tienes que alimentarte para que puedas hacer algo! Y daba como ejemplo personal de los peligros de la ignorancia que a los diecisiete años yo creía haber descubierto una nueva forma poética, y se lo llevé a mi profesor de la preparatoria, feliz y con toda la arrogancia del adolescente, y le dije “mire maestro, he inventado esto” y me dijo “no, eso se llama terceto, y ya lo inventaron desde Dante en adelante” (risas de la audiencia). Y eso pasa si uno no lee.

¿Cómo se llama este famoso profesor de poesía en la Universidad de Stanford? Este profesor que tuvo como alumno a muchos de los principales poetas norteamericanos y tenía una cosa que me parece muy digna de aplicarse en sus talleres literarios. Llego yo a los dieciocho a veinte años años, y le digo “maestro, quiero ser parte de su taller o de su seminario”, y me dice “muy bien, vamos a ver, ¿cuántos poetas de lengua inglesa has leído?”. Yo creo que esa es una pregunta que aplicada a la lengua española nos pondría en crisis a muchas personas, a muchos aspirantes a poetas. Y entonces decía, “y habiendo leído tan poco, ¿cómo te atreves a querer ser poeta?” Yo creo que eso es importante, ¿no?

Bueno, otra…

Ah, me faltaba una tercera, de cuáles eran mis proyectos. No, ninguno, no te lo puedo decir (risas del público) porque ahí sí, yo, que generalmente no soy supersticioso, aquí sí tengo supersticiones de torero gitano. Yo te cuento ahora lo que voy a escribir y ya no lo hice jamás. Y en segundo lugar, vamos a suponer que lograra hacerlo a pesar de que ya te lo conté. “Ah, mira, estoy escribiendo una novela muy interesante sobre el momento en que Calderón toma la presidencia, y resulta fascinante”, cuando lo publique en 2011 vas a decir “ay que decepción, esa noche que lo contó en Xalapa era tan bonito y tan interesante”.

Bueno, ¿qué más?

MUCHACHO: Buenas noches. Tengo dos preguntas. ¿Cómo se sintió usted al saber que el grupo Café Tacuba hizo una canción basada en su libro Las batallas en el desierto y qué música escucha usted?

Escucho toda clase de música, no tanta como quisiera.

Y lo más maravilloso de esto, es lo que digo, no es que me esté dando baños de falsa modestia, sino que las cosas tienen una existencia totalmente aparte de quien las escribió: yo no conocía ni fui, como podría decir alguien, “¿por qué no le dices a Café Tacuba que haga una canción sobre esto?”. Lo más extraordinario es que es una canción que está hecha para quien ha leído el libro. Ellos lo leyeron y suponen que su público lo ha leído también.

Lo único chistoso, tiene una nota divertida que también he contado un millón de veces, que me dijeron los de Café Tacuba, y que hasta el momento no nos hemos conocido, que me invitaban a cenar y que íbamos a coincidir en Aguascalientes y ellos tenían un concierto en la Plaza de Toros y me dieron dos boletos y yo invité a mi amigo Carlos Monsiváis para que fuéramos a ver a Café Tacuba y posteriormente a cenar con ellos, y bueno, estábamos bastante menos viejos de lo que estamos ahora (risas) y no se imaginan qué impresionante. No sé cuánta gente cabrá en la Plaza de Toros, ¿veinticinco, treinta mil? ¡Un coso lleno de jovencitos y muchachos y allá al fondo, pero muy destacados por los reflectores, dos cabecitas blancas! (Risas de toda la concurrencia) Que éramos Monsiváis y yo. Tiene tal éxito el concierto de Café Tacuba que no pueden salir y tuvieron que huir en un oscuro y vino una ayudante a decirnos que fuéramos a cenar, que teníamos todo pagado pero ellos no iban a poder llegar. Así que hasta el momento todavía no he visto a Café Tacuba pero se agradece mucho.

¿Me faltaba una pregunta más…? Ah, ¿qué música me gusta? Me gusta toda, es muy difícil, además es un poco como las novelas predilectas, “ahorita te cito a unos autores que nunca has oído para parecer muy original y muy culto”. Bueno, me gusta muchísimo y es toda mi vida y creo que es muy influyente en mí, la música veracruzana, pero lo extraño y lo aberrante, los gustos son tan raros y todos somos tan raros, que me gusta lo que no debería gustarme: me gusta la música norteña, los narcocorridos, la música country (risas) y ahora me llevé una gran sorpresa.

Me invitaron a Eslovenia donde publicaron un libro mío, El principio del placer, y me invitaron a Eslovenia. Por supuesto yo no sé esloveno, en el libro ni siquiera podía encontrar mi nombre (risas), pero me dicen “¿qué quiere llevar?” y yo dije “me gustaría llevar música de Eslovenia”. Me llevaron a comprar como seis discos de música eslovena, regreso a México, lo oigo, y digo, “bueno, esto lo conozco muy bien, esto es música norteña de acordeón” (risas)… pero, ¿por qué? Esto tiene una explicación. Eslovenia está inmediatamente después de Trieste, donde tenía su castillo Maximiliano, el Castillo de Miramar y que era una tierra italiana ocupada por los austriacos que se llamaba el Lombardo-Veneto. Entonces Maximiliano se trajo a México muchos eslovenos y trajeron su música (risas y aplausos).

Muchas gracias (aplausos largos).

No saben de verdad cómo me siento. Gracias. No saben de verdad cómo les agradezco, y les correspondo firmando libros hasta donde me alcance el cuerpo.

José Emilio
Pacheco

Este conversatorio se llevó a cabo durante una residencia en México del autor, gracias al Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica en México, emisión 2009, coordinado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

(Publicado originalmente en Carátula, Revista Cultural Centroamericana, edición 34 correspondiente a febrero-marzo de 2010.)

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Una respuesta a “«Todos somos sobrevivientes»”

  1. Jesús Quintero dice:

    Qué formidable trabajo el de transcribir de manera tan cuidadosa y fiel el largo conversatorio de Pacheco con sus lectores. Mis respetos.
    Un abrazo,
    Jesús Quintero

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© Ulises Juárez Polanco v4 | JP, MD, y UJP | 2,524,757 visitas desde 21/09/2011
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