Hacia la cumbre del Coloso
(El 11 y 12 de febrero recientes, un grupo de diez jóvenes subimos hasta el cráter del volcán Momotombo. Esta es una crónica de esta aventura.)
Después de dos semanas de planificación, o mejor dicho, de coordinarnos con la tour-operadora y asegurarnos que nadie se arrepintiera a última hora, llegó el día. El sábado 11 de febrero salimos del parqueo de un hotel capitalino, cerca de las 2 de la tarde, hacia la entrada del Campo Geotérmico Momotombo, ubicado en el extremo noroeste del Lago Xolotlán. Después de una hora y media de viaje, el coloso se divisaba desde la carretera. Tan imponente en su tamaño y tan pequeños nosotros los que osamos irrespetarlo, que de lejos parece cercano e inocente, como si fuera un volcancito de pólvora que alcanza en la palma de nuestras manos.
Voy recordando las historias sobre este volcán, la leyenda de Séquier, el poema de Víctor Hugo, el Momotombo ronco y sonoro de Darío, con énfasis en el dato de que éste es el volcán más difícil de subir en Nicaragua, y yo ando más fuera de forma que mandado a hacer. El microbús se sale de la carretera y reacciono.
Entramos en una calle adoquinada, que lleva a León Viejo. Doblamos en un empalme y a los pocos minutos, estamos sobre una calle de tierra. Algunos de nosotros bromeamos acerca de ir cansados, y eso que no hemos caminado nada. Unos se ríen. Otros piden una parada para orinar. Nos hemos sobre-hidratado en el camino y estos son los efectos lógicos. La mayoría se baja del microbús y buscan los mejores arbustos. Escuchamos unos gritos detrás de nosotros, sobre la calle de tierra, a unos 200 metros, y vemos a cuatro jóvenes que vienen corriendo hacia el microbús, machetes y maritates encima. Samuel grita: ¡Vamonós antes que nos macheteen! Alguien le dice que se calle, que quizá sólo quieren un aventón. Samuel y alguien más insisten, ¡Que nos van a machetear jodido, arranquemos y vamonós de aquí! Hay un clima de tensión y no sabemos que hacer. No hacemos nada. Los cuatro muchachos llegan al microbús, y dicen, Idiay, ¿nos iban a dejar? Entonces descubrimos que eran nuestros guías y, que por poco, llegamos al volcán sin ellos. Yo sólo pienso que las casualidades son graciosas: benditos los líquidos que bebimos de más, esta parada para hacer pis cayó como anillo al dedo.
Nos disculpamos y nos vamos presentando: Guillermo, Carlos, “Tilín” y Narciso son nuestros guías. Mucho gusto, nosotros somos Salvatierra, Neville, Alejo, Diógenes, Héctor, Samuel, Chepín, Juan José, Martín y Ulises. Se enciende nuevamente el microbús.
Llegamos al Campo Geotérmico, que actualmente está bajo la administración de la Ormat Momotombo Power Company. Este es el punto más cercano al volcán al que puede llegar nuestro microbús. Nos bajamos. Un vigilante nos recibe. Para poder entrar, se requiere un permiso: Sí señor, aquí está; Dejáme revisarlo; Con Gusto, tome; Todo en orden, pueden entrar. Entramos e inicia la aventura. El reloj marca las 3 y 20 de la tarde y el indicador de altura marca 70 msnm. Ahora sólo queda mirar arriba hacia el infinito y caminar.
* * *
Caminamos en fila india por los primeros 20 minutos. Luego, la fila se fue va extendiendo y extendiendo. Yo he quedado rezagado al final: aparte de estar fuera de forma, voy tomando fotos y anotaciones, y hace poco, al subir unas piedras, resbalé sobre el tobillo y lo lastimé. El dolor es punzante. Lo peor es la mochila ya no es de tela sino de plomo (aquí un mensaje para los aventureros: llevar sólo lo indispensable. Todo lo demás, sobra). Y ya estoy cansado. Mis opciones son quedarme aquí a mitad de la nada o seguir caminando. La mejor adrenalina es el orgullo.
Uno de los guías me busca y me pregunta como estoy. De maravilla, contesto. Sabe que no estoy de maravilla, y me ayuda con mi mochila. Le agradezco en el alma. Saco unos audífonos y sigo caminando hacia arriba, con música de Jorge Drexler. El bosque es un gran lienzo de tonalidades café-amarillo-semiverduscas que parece habernos tragado. Hay dos tipos de caminos. Uno mayor, donde de cuando en cuando supuestamente circulan camionetas todo terreno. Otro menor, senderos tímidos, que a veces se difuminan entre los matorrales. El grupo ha dejado atrás al más grande y lleva buen rato caminando en los senderitos. Guillermo, quien me acompañó durante un tiempo, va adelante. Estoy entre Guillermo (a quién ya ni siquiera diviso) y Tilín y Narciso, cerca de mí. Tilín y Narciso tuvieron un retraso en la entrada de la Ormat, y por ello iniciaron 15 minutos después. Además, llevan las cosas del campamento.
En un punto, el camino queda de frente al volcán soberbio. Hay una leve tonalidad grisácea en su punta. No, no es nieve, pero se parece. Si uno lo quedase viendo, hay una mayor pendiente hacia la derecha. También hay unos farallones en la cima, donde según cuenta Guillermo tendremos que bordearlo para llegar a la cima. Observo y me enamoro: es el lindo busto moreno de esta mujer llamada Nicaragua. Sonrío y me digo, las cosas que uno tiene que pensar para no perder los ánimos.
La misión para el primer día es atravesar el bosque, mientras nos vamos elevando hasta unos 540 msnm. Justo ahí termina el bosque e inicia lo más peludo del ascenso, por la arena y la mayor pendiente. Allá pondremos el campamento y dormiremos, para mañana domingo, a las 4 de la madrugada, iniciaremos el recorrido hacia el cráter, a 1280 msnm.
Para quien no está en forma, esto es como conectarse a un cable de alta tensión. Todo el cuerpo anda en huelga, protestando desde hace rato. Los muslos y los tobillos exigen dejar de caminar. La sed es enorme y choca con la obligación de administrar bien el agua que se tiene. Cuenta la leyenda de Séquier (Voyage dans l’Amérique du Sud), que cuando en el tiempo de la conquista, de todos los volcanes sólo el Momotombo faltaba bautizar, no se vio jamás regresar a los religiosos que estaban encargados de clavarle en su cráter la cruz española invasora. Me voy dando una idea del porqué.
La recompensa mientras vamos subiendo por el bosque es que ya se pueden percibir el Xolotlán y sus alrededores. Es increíble, a pesar de que uno siente la caminata hacia arriba, no se imagina que vayamos subiendo tanto. La escena es hermosa. El lago, unas lagunas, un tímido río y el horizonte fracturado lleno de elevaciones volcánicas, montañas y valles. Está atardeciendo y en un punto del lago parecen fundirse el agua y el sol. Por walkie-talkie avisan que los que van adelante ya están llegando al destino, donde pondremos el campamento.
Después de una media hora, llego yo. Como se nos dijo al inicio, el destino pareciera ser el final del bosque. Casi la totalidad de lo que se ve es arena negra-rojiza, con temerosos “oasis de árboles”. Lo más característico de esta zona son las grandes piedras que han sido expulsadas por erupciones o derrumbes, y que dan un aspecto de superficie marciana. Inspiración de un poema triste. Hace unos minutos, una parte del grupo ha subido una montañita cercana, hacia nuestra derecha para ver el atardecer y hacer las primeras llamadas telefónicas, y ahora están regresando al campamento. Terminamos de poner las casas de campaña, sleeping bags y, en el caso de Martín, un colchón inflable al que le pasó soplando aire largo tiempo. Ya ha oscurecido. Tiempo de cenar. Comemos (la mayoría atún), platicamos y en seguida se propone subir la montañita a la derecha, para ver que podemos distinguir en la distancia.
Subimos la montañita, serán apenas como las 8 de la noche y tenemos tiempo de sobra. Rompiendo un viento encachimbado, llegamos. Miramos el lago que refleja tenuemente la luna. En la oscuridad de la noche, vemos las luces de Nagarote y La Paz Centro, ambas al otro lado del Xolotlán (específicamente, de una punta del lago). Allaaaá también se miran las luces de una esquinita de Ciudad Sandino. Tomamos fotos, conversamos de lo que vamos a hacer mañana, y nos quedamos un rato ahí. El clima está sabroso. Uno a uno, nos vamos retirando al campamento. Con mi lámpara voy iluminando el camino, hasta que descubro que la luz de la luna alumbra mucho más. El cuerpo ya duele menos y los ánimos están al cien. Así, la jornada de hoy queda lista y servida. A dormir, pues.
* * *
El campamento está en silencio absoluto. Estoy sobre mi sleeping bag, y mi sleeping bag está sobre la arena volcánica, tibia. Sin proponerlo, quedé alineado frente al cráter. Ya me he quitado las botas, calcetines y hasta la camisa que usé cuando subimos la montañita. Tengo calor por la superficie, pero al mismo tiempo el viento que golpea la cara es helado. Me acomodo sobre la flaqueza del sleeping bag, y uso mi mochila como almohada. Miro hacia la punta del volcán. Es algo impresionante.
La luna ilumina todo lo visible con una luz fluorescente, similar al tubo Phillips de 22W que mi cuarto en Managua tiene. Serán alrededor de las 10, no puedo dormir. Le pregunto a Martín, que está sobre su colchón, si está dormido. No contesta. Lo mismo con Neville, cuya casa de campaña está cerca de donde estoy. Misma respuesta: silencio. Todos se durmieron. Saco mi libretita y empiezo a escribir, antes de olvidar ciertas ideas.
Quedo viendo el cráter, haciéndome la idea de que en pocas horas estaremos allá arriba. Sólo se distingue lo oscuro del volcán entre el cielo claro. El volcán, que hace aproximadamente una hora empezó a sacar humo, ahora pareciera que fuma un habano cohíba, tranquilo, dejándome saber que no me equivocara: no somos nosotros quienes le observamos, sino él a nosotros. El humo de su habano huele sutilmente a azufre, y con él voy dibujando todo tipo de figuritas, desde la espada del Rey Arturo hasta la perrita chihuahua de mi amiga Alina. Mañana estaremos allá arriba. Y ahí, sobre este espacio marciano y este diálogo con el volcán a través de señales de humo, voy durmiéndome plácidamente…
* * *
Tu voz escuchó un día Cristóforo Colombo; / Hugo cantó tu gesta legendaria. Los dos / fueron como tú, enormes, Momotombo, / montañas habitadas por el fuego de Dios.
Me despierto pensando en el poema del paisano inevitable. Son las 3 y 40 en la madrugada. Martín entró a la casa de campaña, no sé a que hora. Voy a la casa de campaña de Guillermo y me dice que la hora de levantarse no es a las 4, sino a las 4 y media, que duerma un rato más. Camino un poco cerca del campamento y luego me recuesto sobre el colchón vacante de Martín.
A las 4 y media, casi 5, Guillermo sale de su casa de campaña. Ya es tiempo de levantarse. Cada quien va preparándose. Neville, Héctor y yo aprovechamos el amanecer para tomar fotos. Imágenes surreales. La luna está al poniente, tiñendo al horizonte de tonalidades que enamoran los ojos. Del sol apenas nos enteremos, pues está detrás del volcán y no se mira. Hay un arbusto solitario hacia nuestra izquierda. Héctor va hasta allá a tomarle fotos. Es peculiar: es la forma de vida más cercana al cráter. Después de ese arbusto, seremos nosotros.
Hay que desayunar y dejar todo el campamento desarmado y listo para ser recogido cuando bajemos del cráter. Uno de los guías se quedará aquí, vigilando las cosas y los otros tres guías, más el grupo, subiremos hasta la punta. Alguien sugiere que lo hagamos cuando regresemos, ya estamos atrasados y entre más antes salgamos, más evitamos agarrar lo caliente del mediodía allá arriba. La advertencia de Guillermo es clara: cuando regresemos, vamos a estar molidos y no vamos a tener ganas de desarmar todo, falta lo más duro, aclara. Falta lo más duro, repite.
Todo el cansancio y el dolor del recorrido de ayer se evaporan al escuchar la advertencia. Olvido que mis tobillos, ratones y muslos siguen como conectados a algún cable de alta tensión. Miro hacia el cráter y tiene razón. Para subir, la pendiente es pronunciada y caminaremos sobre arena. Para ayudarnos, se les saca punta a unas ramas, de tal manera que sean usadas como bastones/estacas mientras subimos. Nos alistamos, y empezamos a subir.
* * *
El Momotombo es un volcán de tipo estratovolcánico, ubicado en las coordenadas 12.423°N, 86.540°W, al Noroeste del lago de Managua, frente a la isla de Santa Rosa, a 160 metros aproximadamente. Relativamente joven, el Momotombo empezó a crecer hace unos 4,500 años en la cola de la cordillera de los Marrabios (o Maribios), hasta tocar el cielo a 1280 metros (o 1297 m., según otras fuentes). Se le asigna la categoría “difícil” en cuanto a la facilidad o dificultad de escalarlo. Representa sin duda uno de los paisajes más representativos de Nicaragua, pues su cono casi perfecto puede ser apreciado desde Managua hasta Matagalpa, a más de 110 kilómetros de distancia. En cuanto a temperatura, algunas partes del volcán superan los 500° C.
Los antiguos misioneros españoles, por ejemplo, no pudieron alcanzar la cima por el temor de sus constantes convulsiones y la pendiente de sus empinadas laderas cubiertas de arenas movedizas.
* * *
Al inicio, vamos sobre arena fina y más o menos compacta, que permite ir subiendo sin mayor dificultad. No estamos subiendo en línea recta hacia el cráter, porque agarraríamos todo lo dificultoso de la pendiente. Vamos en diagonal, hacia la derecha. Aún así, requiere esfuerzo. Mientras subimos, el paisaje a nuestras espaldas es simplemente espectacular. Somos privilegiados. El Momotombito nos observa desde el agua, y las montañas, valles, hilera de volcanes, lagunas, el Xolotlán, sumadas a la neblina en la cúspide, inspiran un misterio gozoso. Seguimos caminando hacia el cielo, y no me sorprendería que en el cráter esté el portón dorado de San Pedro. Después de todo, sólo se podría describir lo que vemos como un paraíso bíblico.
Samuel y yo nos hemos quedado atrás, para variar. Sí, vamos hechos tucos. El resto del grupo ha seguido subiendo, nosotros vamos más lento. Guillermo y Tilín nuevamente nos acompañan todo el trayecto. En este punto, nadie puede ir solo. A los 900 metros aproximadamente, la acumulación de arena es mayor y las piedras adquieren mayor tamaño. Al dar un paso, retrocedemos la mitad. También persiste lo peliagudo de la pendiente. Guillermo nos propone subir en línea recta hacia el cráter, para así alcanzar al resto del grupo. Para contrarrestar la pendiente, usaremos una cuerda de unos 15 metros, y escalaremos con ella. Guillermo y Tilín parecen gatos monteses subiendo la arena suelta, para clavar la estaca con la punta de la cuerda amarrada, y así vamos poco a poco llegando hasta donde está reunido el grupo. Han pasado unas 4 horas y media desde que salimos del campamento. Hemos llegado prácticamente enfrente de los farallones. Es una pared volcánica solemne. Tenemos que bordearla para poder llegar al cráter.
Hay dificultades subiendo una elevación rocosa. Aquí lo peligroso es que las piedras se desboronan con nuestro peso, por lo que usamos nuevamente la cuerda por cualquier eventualidad. Subimos todos, más de uno con buenos golpes. En este punto, es más fácil caminar por la compactación del terreno. El olor a azufre va creciendo y en ocasiones nos ahoga, respiramos azufre y no oxígeno. Samuel, asmático, debe cubrirse la boca con un pañuelo para reducir el dolor del azufre entrando a sus pulmones. El reloj marca las 10 y media, por fin llegamos al cráter.
* * *
Contrario a lo que se observa desde la carretera, el cráter del Momotombo no es perfecto. Está hacia un lado. Héctor lo describe como una gran protuberancia causada por cierta gran explosión, que abrió la montaña por ese lado. El hoyo que causó esta explosión no se puede apreciar desde la carretera y menos desde Managua. Caminamos sobre el borde, y disfrutamos la acuarela del panorama. Estamos a casi 1300 msnm. Sacamos las cámaras y aprovechamos. Mirar el cráter de 150 x 250 metros es portentoso. Estar ahí es extraordinario. El humo sulfuroso sale por la superficie de donde nos encontramos. Ay Momotombo, por qué sos tan glorioso. Se notan claramente los 4 kilómetros de negra lava de su última erupción, hace 101 años. Uno se siente tan minúsculo ante tremendo Goliat.
Después de todo el sacrificio, estar aquí da una sensación triunfal. Subir hasta aquí no es como irse a tomar una cervecita a la esquina. Don Momo nos recompensa con toda su belleza, que no permite que ponga en esta crónica humilde lo que se siente estar ahí. Las imágenes son lo más cercano, que con voz propia describen la aventura. A ellas me remito, indicando que la única forma de experimentar este gozo es estar ahí, aquí, en la puntita de este volcán, uno de los panoramas más característicos de nuestro país.
El descenso será complicado, pues iremos por un camino más peligroso. Habrán gritos de enojo, más caídas y momentos en que cada quien irá prefiriendo quedarse sentado que seguir bajando por ese camino rocoso. Pero así iremos hasta donde inicia la arena, y desde allí, tendremos varias opciones para descender la pendiente: corriendo, usando las estacas como si fuéramos esquiando sobre la arena o, la forma de bajar registrada y patentada por Martín y Samuel, descender deslizándose sobre las nalgas. Sea como sea, es divertido y peligroso al mismo tiempo.
Por la característica del lugar donde vamos bajando, quien esté arriba puede hacer que una piedra ruede hacia abajo, con la posibilidad de que golpee a quien vaya abajo. Ahí será necesario usar la clave “¡Pieeeeeeeeedra!”, en caso que alguna amenace nuestra seguridad. Por cierto, ya no tenemos agua y en el campamento hay poca. Comienza una carrera, literalmente, para ver quien llega primero al campamento, y lograr disfrutar de la poca agua o alimento que queden en nuestras mochilas.
Cuando lleguemos al campamento, faltará atravesar desde ahí nuevamente todo el bosque seco. Pero vamos en bajada, y eso facilita las cosas. Llegaremos cansados, molidos, adoloridos, negros por la arena, o bien con el pantalón roto en las nalgas por haber descendido sobre él.
Todo ha valido la pena. Pienso que, naciendo en el País de lagos y volcanes, todo nicaragüense debe subir al menos un volcán en su vida. Es una aventura gratificante, en la que la satisfacción supera con creces al dolor físico.
Hay más historias para contar, como aquella en que Martín y yo nos perdemos media hora a mitad del bosque seco, sin agua, comida ni comunicación, hasta ser rescatados por casualidad por un muchacho que trabaja en la zona, con un caballo (Juancho) gracias al cual llegamos sanos a donde nos espera el microbús. Pero prefiero la historia de los quesillos y tiste esperándonos en Nagarote y los comentarios de “jamás vuelvo a subir un volcán” que son seguidos, unánimemente por “¿Cuándo es la próxima gira?”.
Pero estas historias quedarán para otra ocasión, tan cercana como estos próximos días de marzo, cuando subiremos los 1745 metros del San Cristóbal. Qué dice usted, estimado lector, ¿se apunta? ∞
(Nota: Los interesados en este turismo de aventura pueden contactar a nuestros guías Guillermo al 604-3319, y Carlos al 853-4236.)
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ESPECIAL PARA EL NUEVO DIARIO en II Entregas.
Crónica de Ulises Juárez Polanco
Fotos de Héctor Zamora Aguirre
I Entrega: ESPECIAL en Página de Turismo, domingo 12/03/06.
http://www.elnuevodiario.com.ni/2006/03/12/turismo/14740
http://www.elnuevodiario.com.ni/files/edicion/1142131048_PortadaEnd12G.gif (Propaganda en portada)
II Entrega: ESPECIAL en Especiales, lunes 13/03/06.
http://www.elnuevodiario.com.ni/2006/03/14/especiales/14801
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