La ideología de la Poliarquía
(El imperio de los hombres de mejor calidad.)
Nota del traductor: En su reciente discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Hugo Chávez mostró una copia del libro Hegemony or Survival: America’s Quest for Global Dominance (Hegemonía o supervivencia: la búsqueda de Estados Unidos para lograr el dominio mundial), del usamericano Noam Chomsky (elegido a finales del año pasado como el principal intelectual del mundo), y recomendó a los propios usamericanos leerlo, “en vez de mirar películas de Superman”. Después de esta publicidad inesperada, el libro ha sido catapultado al tope de la lista de ventas de Amazon y segundo lugar en la Barnes & Noble. A estos comentarios, el autor respondió diciendo que se alegraba de que a Chávez le gustara su libro, pero agregó que no se sentía especialmente halagado por sus comentarios. Publicado en 2003, el libro de Chomsky critica duramente la política exterior de EE.UU. Antes de los comentarios de Chávez, el libro de Chomsky figuraba en el puesto número 20.664 de Amazon y 748 de Barnes & Noble. Como era de esperar, sus editores se han dado a la tarea de imprimir nuevas copias para satisfacer la demanda creciente.
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Nota de Counterpunch: El siguiente es un extracto del libro Hegemony or Survival: America’s Quest for Global Dominance, de Noam Chomsky, publicado por Metropolitan Books.
Hace pocos años, una de las mayores figuras de la biología contemporánea, Ernst Mayr, publicó algunas reflexiones sobre las probabilidades de éxito en la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Consideró que las posibilidades eran muy bajas. Su razonamiento estaba relacionado con el valor adaptativo de lo que nosotros llamamos “inteligencia superior”, es decir la forma humana particular de organización intelectual. Mayr estimó el número de especies desde el origen de la vida en alrededor de cincuenta mil millones, de las cuáles sólo una “logró el tipo de inteligencia necesaria para establecer una civilización”. Lo hizo muy recientemente, quizás hace 100.000 años. Comúnmente se considera que sólo sobrevivió un pequeño grupo de esa raza del que todos somos descendientes.
Mayr especuló que la forma humana de organización intelectual puede no estar honrada por la selección. La historia de la vida sobre la Tierra, escribió, refuta la creencia que “es mejor ser inteligente que estúpido”, al menos si juzgamos los éxitos biológicos: los escarabajos y bacterias, por ejemplo, son mucho más exitosos en términos de supervivencia. También hizo la comprobable y pesimista observación de que “el promedio de expectativa de vida de una especie es aproximadamente de 100.000 años”.
Estamos entrando en un período de la historia humana que puede proveer una respuesta a la interrogante de si es mejor ser inteligente que estúpido. La posibilidad más esperanzadora es que no se conteste la pregunta: si recibe una respuesta definida, la respuesta sólo puede ser que los humanos son un “error biológico”, usando sus 100.000 años asignados para destruirse a sí mismos y, en el proceso, a mucho más.
Las especies han desarrollado con certeza la capacidad de hacer eso mismo, y un observador extraterrestre bien podría concluir que los humanos han demostrado esa capacidad a través de su historia, con mayor dramatismo en el par de siglos recientes, atacando al ambiente que sostiene la vida sobre la diversidad de organismos más complejos, con salvajismo frío e intencionado también sobre sus semejantes.
Dos Superpotencias
El año 2003 comenzó con muchos indicios de que las preocupaciones sobre la supervivencia humana son todas demasiado realistas. Para mencionar algunos ejemplos, a principios del otoño de 2002 se conoció que la posibilidad de una guerra nuclear terminal se había evitado por muy poco cuarenta años atrás. Inmediatamente después de este descubrimiento alarmante, la administración de Bush bloqueó los esfuerzos de la ONU de prohibir la militarización del espacio, una seria amenaza para la supervivencia. La administración también cortó las negociaciones internacionales para prevenir la guerra biológica y se enfocó en asegurar lo inevitable del ataque a Iraq, a pesar de una oposición popular sin precedentes históricos.
Organizaciones de ayuda con experiencia amplia en Iraq y estudios de organizaciones médicas respetadas advirtieron de que la invasión planificada podría precipitar una catástrofe humana. Washington ignoró las advertencias y los medios de comunicación se interesaron poco. Un batallón de alto rango usamericano concluyó que los ataques con armas de destrucción masiva (ADM) dentro de Estados Unidos eran “probables” y que lo serían aún más en el caso de guerra con Iraq. Numerosos especialistas y agencias de inteligencia emitieron advertencias similares, añadiendo que la beligerancia de Washington, no sólo en lo referido a Iraq, aumentaba la amenaza a largo plazo de terrorismo internacional y la proliferación de ADM. Estas advertencias también se desestimaron.
En septiembre de 2002 la administración de Bush anunció su estrategia de seguridad nacional, que declaró el derecho de recurrir a la fuerza para eliminar cualquier desafío percibido hacia la hegemonía global usamericana, que debe ser permanente. La nueva estrategia global despertó serias preocupaciones, incluso dentro de la elite usamericana de la política internacional. También en septiembre se inició una campaña propagandista dirigida a representar a Sadam Hussein como una amenaza inminente para Estados Unidos, a insinuar que él era responsable de las atrocidades del 11 de septiembre y que estaba planificando otras. La campaña, calculada justo al comienzo de las elecciones parlamentarias de mitad de período, fue con creces exitosa en cambiar actitudes. Rápidamente trasladó la opinión pública usamericana al espectro global y ayudó a la administración a lograr objetivos electorales y poner a Iraq como una prueba ejemplar para la doctrina reciente de recurrir a la fuerza por pura voluntad.
El presidente Bush y sus asociados también persistieron en minar los esfuerzos internacionales de reducir las amenazas al medio ambiente reconocidas como severas, con pretextos que apenas ocultaron su devoción de estrechar sectores del poder privado. El Climate Change Science Program (CCSP) del gobierno, escribió el editor de la revista Science, Donald Kennedy, es un travesti que “no incluyó recomendaciones para la limitación de las emisiones u otras formas de contaminación”, contentándose con “objetivos de reducción voluntarios, que, incluso si alcanzáramos, permitirían a las emisiones de EE.UU. seguir creciendo alrededor de 14% por década”. El CCSP no consideró la probabilidad, sugerida por “una amplia cantidad de evidencia creciente”, de que los cambios en el calentamiento a corto plazo –que rechaza- “dispararán un proceso no lineal abrupto”, produciendo cambios dramáticos en la temperatura que traerían riesgos extremos para Estados Unidos, Europa y otras zonas templadas. El pase despectivo de la administración de Bush en el “compromiso multilateral con el problema del calentamiento global”, continuó Kennedy, es “la postura que inició el largo proceso continuo de erosionar sus amistades en Europa”, llevando a un “resentimiento ardiente”.
En octubre de 2002 ya era difícil ignorar el hecho que el mundo estaba “más preocupado por el uso desenfrenado del poder usamericano que… con la amenaza que representaba Sadam Hussein”, y “con tantas intenciones de limitar el poder del gigante como con… quitarle las armas al déspota.” La preocupación mundial aumentó en los meses siguientes, mientras el gigante dejó claras sus intenciones de atacar Iraq incluso si las inspecciones de la ONU a regañadientes fallaran en encontrar las armas que dieran un pretexto. Para diciembre, el apoyo para los planes de guerra de Washington apenas logró un 10% en casi todas partes fuera de territorio usamericano, de acuerdo con las encuestas internacionales. Dos meses más tarde, después de grandes protestas por todo el globo, la prensa reportó que “todavía puede haber dos superpotencias en el planeta: Estados Unidos y la opinión pública mundial” (“Estados Unidos” significa aquí el poder estatal, no la opinión pública ni la opinión de la elite).
A principios de 2003, estudios revelaron que el miedo a Estados Unidos alcanzó alturas extraordinarias en todo el mundo, junto con la desconfianza hacia el liderazgo político. El rechazo a las necesidades y derechos humanos elementales, se combinó con un desprecio por la democracia sin paralelos. Los eventos revelados deberían ser profundamente perturbadores para aquellos preocupados por el mundo que están dejando a sus nietos.
Aunque los planificadores de Bush están en un extremo del espectro político usamericano tradicional, sus programas y doctrinas tienen varios precursores, tanto en la historia de EEUU como en anteriores aspirantes al poder mundial. Más inquietante, sus decisiones pueden no ser irracionales dentro de la estructura de la ideología dominante y las instituciones que la encarnan. Hay un amplio precedente histórico de la voluntad de los líderes de amenazar con o utilizar la violencia en caso de riesgo de una catástrofe significativa. Pero las apuestas están mucho más altas el día de hoy. La elección entre hegemonía y supervivencia ha estado pocas veces, si es que ha estado alguna, tan crudamente planteada.
Hay que intentar desenmarañar algunas de las múltiples hebras que participan de este tapiz complejo, centrando la atención sobre el poder mundial que proclama la hegemonía global. Sus acciones y doctrinas rectoras deben ser la principal preocupación para todos en el planeta, particularmente, claro está, para los usamericanos. Muchos disfrutan ventajas inusuales y de la libertad, y por tanto la habilidad, de moldear el futuro, y deberían encarar con cuidado las responsabilidades que serán el corolario inmediato de tal privilegio.
Territorio enemigo
Aquellos que deseen encarar sus responsabilidades con un compromiso genuino con la democracia y la libertad –incluso honrar la supervivencia- deberían reconocer las barreras que existen en el camino. En estados violentos éstas no se ocultan.
En sociedades más democráticas las barreras son más sutiles. Aunque los métodos difieren con dureza entre las sociedades más brutales y las más libres, los objetivos son en muchas formas similares: asegurar que la “gran bestia”, como llamó Alexander Hamilton al pueblo, no se salga de los confines donde debe estar.
Controlar a la población general siempre ha sido una preocupación dominante de los poderosos y privilegiados, particularmente desde la primera revolución democrática moderna en la Inglaterra del siglo XVII. Los autodescritos “hombres de la mejor calidad” se horrorizaron cuando una “mareada multitud de bestias con forma de hombres” rechazó la estructura del conflicto civil embravecido en Europa entre el rey y el parlamento, e hicieron un llamado al gobierno” por campesinos como nosotros, que conocen lo que necesitamos” y no por “guerreros y caballeros que nos hacen las leyes, que son elegidos por miedo y que no hacen más que oprimirnos y no conocen las aflicciones del pueblo”. Los hombres de la mejor calidad reconocieron que si las personas son tan “depravadas y corruptas” como para “conferir atribuciones de poder y confianza a hombres malvados y de pocos méritos, entonces pierden su poder a favor de aquellos que son buenos, aunque sean pocos”. Casi tres siglos después, el idealismo wilsoniano, como es descrito comúnmente, adoptó una posición más que similar. En el extranjero, es la responsabilidad de Washington asegurar que el gobierno esté en manos de los “buenos, aunque pocos”. En casa, es necesario salvaguardar un sistema de toma de decisiones por las elites y la ratificación pública -“poliarquía”, en la terminología de las ciencias políticas-, y no por la democracia.
Derechos Reservados (c) 2003 Aviva Chomsky, Diane Chomsky, y Harry Chomsky.
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