Con el Cafta: ¿Nicaragua para quién?
(Del Nafta, Cafta y todo lo que podría terminar en ta ta ta ta)
Lo que muchos han bautizado como “la era del libre mercado” es sin duda un tema seductor. Tratando de no caer en un análisis no-argumentado, actualizaré el artículo “Protección Arancelaria, el Cafta y la espada de Damocles” (END, Opinión, enero 4, 2004), escrito cuando teníamos encima el lanzamiento de las negociaciones del Cafta en la capital norteamericana.
En ese entonces, mi principal preocupación era entender el verdadero propósito de Bolaños alrededor del Cafta, específicamente si éste era visto como un medio o un fin. Mi miedo nacía por los comentarios de Collin Powell, Secretario de Estado (EU), quien había insistido que “la mejor arma para controlar el terrorismo era el libre comercio”. Esta idea, sumada a la de George W. Bush, “o están con nosotros, o están en contra de nosotros”, daba un panorama que nos decía en pocas palabras que cualquier resistencia a la avalancha de la globalización sería entendida como inclinación al terrorismo. ¿Qué tanto influyó esta línea de pensamiento (ergo, de acción) en una actitud más pasiva de nuestro gobierno en las negociaciones con EU? De ser así, cabe cuestionarnos si el Cafta lejos de ser “un puente hacia el progreso” representa más un puente hacia una regeneración de la “diplomacia del dólar” o de la “política del gran garrote”.
Teniendo en cuentas estas preocupaciones, no deja de sacudir como ciertos diputados, políticos e incluso economistas apologizan temeraria y atrevidamente al Cafta. En un artículo de un pintoresco Canciller nuestro (graduado de Harvard), aparecido hace un par de semanas en otro periódico nacional, se apunta que el mayor beneficio del Cafta es hacer de Nicaragua “una plataforma más atractiva para inversionistas”, en especial por nuestro “acceso privilegiado al mercado de EU” (¿?) y nuestras “ventajas comparativas como mano de obra creativa, laboriosa y barata, y bajos precios de otros activos, como la tierra”. Siguiendo esta línea, el autor nos recuerda que México en el 2004 cumplió diez años de haber firmado el Nafta, gracias al cual sus exportaciones hacia EU, según sus investigaciones, han crecido casi milagrosamente. Y cierra con que si bien no hay varita mágica que nos saque del profundo subdesarrollo en que estamos, “el Cafta es lo que más se asemeja a ella”. Comentarios que me resultan sumamente interesantes.
Sin embargo, no sé porqué el autor no menciona, por ejemplo, que desde la vigencia del Nafta, más de un millón de mexicanas y mexicanos más ganan menos del salario mínimo y ocho millones de familias más han sido ahogadas en la pobreza, trabajando más de 12 horas sin auxilio legal ni poder sindical, y con ambientes insalubres y explotación infantil. Lo anterior ha ampliado la frontera de lo que el mismo Fox una vez bautizó como zonas de pobreza inevitable (e inhabitable). Además, en la zona de las maquilas, a lo largo de la frontera entre EU y México, el crecimiento de la contaminación y los deshechos químicos han incrementado dramáticamente enfermedades como la hepatitis y daños genéticos, sin mencionar el irreparable deterioro ambiental. Tal es el caso del estado de Guerrero, donde el 40% de los bosques han muerto, provocando erosión del suelo y destrucción del hábitat natural de flora y fauna. No quiero caer en una crítica áspera y sin sentido de los TLC, pero la evidencia a veces no permite taparse los ojos: en las últimas décadas el libre comercio ha sido el responsable del deterioro significativo de los estándares laborales y ambientales alrededor del mundo.
Como bien apunta Alberto Cortés Ramos, el intercambio comercial puede tanto potenciar el desarrollo como el subdesarrollo. Debemos eliminar de nuestra mente que uno de los aspectos positivos del Cafta es la promoción de relaciones más igualitarias entre los firmantes: tan injusto es tratar como diferentes a partes iguales, que tratar como iguales a partes diferentes. Las economías entre EU y Centroamérica son tan disímiles que al final hacen “una competencia entre burro amarrado y tigre suelto” (ACR). Además, nuestras negociaciones, a primera vista, fueron una decepción. Las pocas ventajas obtenidas en lo agrícola y en la maquila, los aspectos “fuertes” de nuestra economía, están en peligro de ser paralizadas al consolidarse la integración aduanera centroamericana y la liberalización mundial del mercado textilero (OMC, 2005).
Comparto la crítica de Cortés Ramos: para sacarle provecho al Cafta se requiere de continuos e significativos esfuerzos de inversión pública pero, ¿de dónde sacará nuestro país esos recursos financieros? No hay riales, y ese no es el problema mayor: no hay voluntad. Nuestros políticos (esos que manejan a su antojo los hilos de Nicaragua) están más preocupados en hacer politiquería que en resolver acertadamente nuestras necesidades.
Lo anterior lo prueba que un año ha pasado y el panorama no ha cambiado sustancialmente. Los esfuerzos para llenar los vacíos que garanticen las ventajas del tratado o van a paso de caracol, o simplemente no van. La infraestructura (caminos, puentes, fábricas) y fondos para educación no se ven. Y no olvidemos que el gobierno sigue sin fijar “redes de seguridad” por si el Cafta se voltea en contra nuestra, opción que nunca hay que descartar en el complejo mundo actual en donde se cruza la economía con la política.
Ahora con este TLC en las narices y seguramente otros en línea (parafraseo a Vargas Llosa: la globalización es tan infalible e inevitable como la ley de la gravedad), sólo nos queda esperar que el tiempo le dé la razón al Sr. Carlos Sequeira, jefe negociador del equipo nicaragüense, quien dijo que “no se ve ningún sector dentro del tratado que pueda salir golpeado” (Nov. 2003). Esa es la esperanza que queda mientras esperamos que el Cafta se termine de poner en marcha, pendiente básicamente de su ratificación en Capitolio de Washington.
(Sin edición electrónica para este día.)
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