La rueda de nuestro destino: La teoría cíclica fatal de Maquiavelo y nuestro presente
"La historia es un incesante volver a empezar."
Tucídides.
Una amiga escritora en cierta ocasión me dijo que todo lo nuevo ya fue dicho antes, por lo que no pretendo en este artículo concebir el espejo que refleja imágenes: recuerdo muy bien el nihil novum sub sole romano, que en palabras de Schlegel, significa que todas las verdades importantes no son del todo novedosas, quedando obligado el ser humano a, de alguna u otra forma, encontrar el camino para expresarlas con un nuevo estilo (de ser posible, paradójicamente) y así evitar que caigan en el olvido.
Tomando en consideración este axioma, creo apropiado para la época analizar lo que Maquiavelo (1469-1527), hace casi cinco siglos, señaló en su otra obra cumbre, Los discursos sobre la primera década de Tito Livio (para muchos críticos, obra mejor elaborada y estructurada que El Príncipe). En el Capítulo II, Libro Primero de Los discursos, al referirse a las clases de Repúblicas y a cual corresponde la romana, don Nicolás elabora lo que posteriormente se denominaría su “teoría cíclica fatal” o su “teoría del ciclo constitucional fatal”.
La teoría la podemos resumir de la siguiente manera: los pueblos en sus orígenes se agrupan alrededor del individuo más robusto y poderoso, nombrándole jefe y obedeciéndole, es decir, estableciendo una monarquía (Gobierno de una única persona), que en un primer momento es selectiva y luego hereditaria. Esta monarquía empieza a degenerarse y se convierte en tiranía (Gobierno de un tirano), que da origen a los desórdenes y al caos social. Cansado del tirano y de sus abusos, el pueblo se organiza para derrotarlo. Cuando el tirano es vencido, y como el recuerdo de la tiranía y del poder todopoderoso de un individuo aún está fresco, el pueblo opta por instaurar una aristocracia (Gobierno de los mejores), quienes son elegidos de entre aquellos que ayudaron a botar al tirano. Desafortunadamente, la aristocracia también se corrompe y pasa a ser una oligarquía (Gobierno de pocos), que repite los errores de la tiranía monárquica. El pueblo vuelve a levantarse y logra expulsar la oligarquía. Cansado ya de las tiranías, se implanta una democracia (Gobierno del pueblo) que, si bien logra durar un tiempo, cede a la anarquía y se corrompe con el paso del tiempo, cayendo en el populismo demagógico (degeneración de la democracia). Para romper este populismo demagógico se requiere de la unifigura de un conductor/salvador carismático, justo y honrado. Podemos observar que en este punto hemos regresado a la monarquía selectiva, reiniciándose el ciclo desde y hacia su eterno retorno.
Si bien lo que se valora en esta teoría es el rompimiento de la creencia política que los regímenes puros son los mejores (idea que venía desde los griegos), resulta un fascinante ejercicio mental jugar un poco con esta teoría, aplicándola a la historia de Nicaragua. Sin querer caer en un juego de palabras falso o en la simplicidad, creo que no hay mejor teoría que la “cíclica fatal” para ilustrar el desenvolvimiento de nuestra historia y de nuestro presente, observando lo que los clásicos nos advirtieron hace rato: a) Todos los gobiernos mueren por la exageración de su principio (Aristóteles); y b) La descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado (Montesquieu). Veamos como se aplica a nuestro país, advirtiendo que lógicamente existen momentos históricos que no se abordarán, dado que las excepciones sólo confirman la hipótesis general.
En la Nicaragua precolonial los diferentes grupos indígenas se agruparon alrededor de la figura del Cacique (figura unipersonal similar a la del monarca). Éste es reemplazado por la Monarquía española cuando llegan los conquistadores en los años 1500s y siguientes (recordemos que con los españoles se imponen los respectivos Gobernadores españoles y criollos). Esta monarquía se vicia (o ya venía viciada desde la Madre Patria, que es lo mismo) y el pueblo, dirigido por una aristocracia emergente, la depone: Independencia. La aristocracia, agotada, gobierna en una cuasidemocracia (luchas entre las paralelas históricas) durante más de un siglo hasta que, ya sin fuerza, una figura carismática y todopoderosa, Somoza García, se hace con el poder.
Hemos regresado al inicio del ciclo que, por naturaleza, nunca se detiene. Los Somoza (Tiranía unipersonal, es decir, similar a una tiranía monárquica hereditaria) son dominados por el pueblo, organizado alrededor del FSLN. Una vez botado el “monarca tiránico”, y con el recuerdo aún cerquita del poder unipersonal (o unifamiliar), el pueblo decide implementar una aristocracia, electa desde los que ayudaron a derrocar a la Tiranía: nos encontramos pues, con la Dirección Nacional, la figura de “los mejores” de la Revolución. Mejores que también se corrompen (las personas corrompen al poder, no lo olvidemos), y la aristocracia deviene en una oligarquía tiránica (omito el debate de las circunstancias históricas por motivos de espacio), que sale del poder gracias al voto del pueblo, es decir, la democracia. Hemos llegado a 1990. Desde ese año a nuestras fechas, podemos decir que esta democracia (fugaz) ha caído en el discurso demagógico por parte de todos los partidos políticos.
Aquí me detengo, y debemos preguntarnos qué sigue: ¿la unifigura de un conductor/salvador carismático, justo y honrado? ¿O más de lo mismo? No se trata de caer en el extremo de creer que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos, como bromeó Borges, sino de observar como la historia se repite continuamente: aunque lo más cierto es que no aprendemos nada de ella. ¿Estamos listos para darle cuerda a la rueda de esta teoría, la misma rueda que parece ser nuestro destino? ¿O estamos contentos con la demagogia actual de nuestro “sistema político”? Sólo no olvidemos que en nuestro pasado está la historia de nuestro futuro.
Que se abra el debate.
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