¡Felicidades! Estamos en África
Amigo nicaragüense: olvide las maletas y aquel sombrerito caqui que siempre soñó usar para su safari en África. Ni se preocupe por hacer reservaciones con aquella aerolínea que le cobrará hasta el panecillo que nadie come abordo. Olvide todo y relájese, porque usted, amigo nicaragüense, usted ya está en África… en el África subsahariana.
Según tres estudios sobre la situación del hambre, desnutrición e inseguridad alimenticia en América Latina, presentados por Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU y por la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL), no tenemos nada que envidiar a la situación de hambre crónica africana. Como siempre, aquellos sin voz, sin dinero y sin poder político son los más afectados.
Cifras y análisis en mano, se da por un hecho que toda la región no logrará alcanzar la meta de reducir el hambre hasta la mitad para el 2015, a como se esperaba en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. La única excepción es Costa Rica, algo que tampoco causa sorpresa. En el resto del área, la desnutrición crónica continúa siendo elevadísima, afectando a más del 22% de los menores de cinco años. Estos son números oficiales, es decir, sabemos que están maquillados. Las imágenes desoladoras en las riberas del Río Coco y en las zonas fronterizas ticaragüenses aún están frescas y, a pesar de la movilización de jóvenes y adultos en las campañas de solidaridad, no podemos borrar con un soplo el abandono de tantas décadas. Otros estudios del PMA nos han confirmado lo que no queríamos saber: en algunas comunidades rurales indígenas de Centroamérica, nueve de cada 10 niños menores de cinco años de edad padecen de desnutrición crónica.
Lo desolador es que nuestros números están muy cercanos a los del África subsahariana, cuyas imágenes de hambruna son vistas como la postal del Ángel de la Muerte, y al gobierno central parece no importarle esta similitud. O quizá es cuestión de perspectiva: ¿qué tanto conviene a un gobierno aceptar este enorme problema? Es más fácil hacerse el sueco y fachentear “ser el mejor gobierno en toda la historia de Nicaragua”, en vez de agarrarse los pantalones y hacerle frente a esta urgencia nacional.
Tampoco soy ingenuo y afirmo que este flagelo se resuelve en 4 ó 5 años, pero si nuestra Constitución Política establece que es un derecho de los nicaragüenses ser protegidos contra el hambre (Arto. 63), algo deberíamos estar haciendo como país para encaminarnos, no hacia un nuevo “Granero de Centroamérica”, pero sí al menos en una nación en donde la mayoría no coma salteado y donde la población rural pueda comer más que guineo y pinol diariamente. Y ahora resulta que ni para el 2015 será posible eso. (Claro, lo olíamos de antemano. Hace un par de años, el gobierno hizo un informe en donde clasificaba los Objetivos de Desarrollo del Milenio según la facilidad o dificultad para cumplirlos. Y aquí le pido al lector que se asombre conmigo e imagine cómo encasillamos la mayoría de los Objetivos.)
Supuestamente, el gobierno lanzó en diciembre pasado una Campaña de Lucha contra el Hambre y la Desnutrición, pero poco o nada hemos sabido de los avances de esta campaña. Para una solución incluyente y eficaz se debe involucrar a toda la sociedad. No es posible que unos pocos resuelvan lo que muchos han descuidado. El hambre mantiene a los pobres en la pobreza, y la desnutrición son los tentáculos. Detiene a millones de personas de desarrollar su completo potencial físico e intelectual, evitando que la gente pueda participar en su propio desarrollo.
Es necesario romper el ciclo de la pobreza, que va de niños a padres y de padres a niños. Las cicatrices del hambre están en el aprendizaje, en el trabajo productivo, en el amor y en la risa. Dura la vida entera y mucho más allá. Estar desnutrido de niño muy a menudo significa estar desnutrido toda la vida y posiblemente física y mentalmente discapacitado también. También significa heredar la pobreza y el hambre a futuras generaciones, como apuntó la subdirectora ejecutiva del PMA en 2005.
Si al gobierno y a los candidatos presidenciales aún les queda algún vestigio de amor patrio y dignidad nacional, urge buscar inversiones en nutrición a través de programas infantiles de salud, alimentación escolar y fortificación de los alimentos. También es necesario contar con políticas sociales concretamente orientadas a reducir el hambre y desnutrición. Y hablando de prioridades nacionales, una de las formas más efectivas de luchar contra la pobreza y la exclusión es combatir el hambre y la desnutrición (ya que se disminuyen los costos derivados de este mal, como los de salud, educación, producción y crecimiento económico).
Lo imperdonable es seguir disfrutando de este safari subsahariano en el que nos hemos metido.